Época de cambio
Claro que todo puede cambiar: porque cada uno puede influir para bien o para mal en el pedacito de mundo que ocupa. Cada uno tiene la posibilidad de volverse un estorbo o una bendición para sus allegados. Los esposos entre sí pueden trabajar diariamente en una vida de pareja armónica. Lo mismo aplica para los hijos, los vecinos, los peatones, los conductores, los empleados públicos, los empresarios, los estudiantes, los profesores y un larguísimo etc. Es una decisión de vida.
El mundo puede cambiar porque cada uno puede cambiar. Por eso somos humanos: porque tenemos la libertad para mejorar lo que tenemos, lo que heredamos y lo que somos. En este tiempo de reflexión cada uno puede examinar si su modo de vida es un estorbo o un aporte positivo para los demás. Si su modo de vida genera miedo y dolor o alegría y tranquilidad a otros.
Cada uno es libre de vivir la vida como le parezca, pero en eso debe actuar con responsabilidad para que ese “como le parezca” no afecte ni dañe a otros; para que no sea de esas vidas que producen miedo y dolor a la ciudad, a los vecinos, a la familia.
Es una actitud de autoconciencia y de voluntad. Cada uno actúa como quiere y puede hacer de su vida un infierno o un cielo y de paso hacérsela a los demás un infierno o un cielo.
Es cuestión de actitud, es cuestión de poner de su parte, es cuestión de estilo de vida, o si no ¿para qué somos libres? En eso también consiste la libertad: para cambiar, mejorando, el mundo que nos rodea. Y ese mundo no queda en Europa o Asia o Norteamérica. Es el mundo que cada uno habita, el que camina a diario y en donde está la gente con la que se encuentra cada día.
Todo el mundo quiere un cambio y cree que los que deben cambiar son los otros porque son insoportables, corruptos, injustos, malgeniados, estorbosos.
No nos olvidemos que somos los otros de los otros; por lo tanto, como se ha dicho cientos de veces: el cambio comienza en mí. Buena época para ponerlo en práctica.