ESCUCHAR Y HABLAR EN QUIBDÓ
Hace unas semanas tuve la oportunidad de ir a Quibdó para asistir al cierre de un proceso de intervención social en un complejo habitacional de 1.500 soluciones de viviendas entregadas a familias de escasos recursos dentro del programa de gratuidad que tiene el gobierno nacional.
Los que han estado cerca de procesos de reasentamiento de familias de escasos recursos saben de la complejidad que tiene lograr niveles de convivencia adecuados a esos espacios donde llegan. Es un factor crítico para la sostenibilidad de los proyectos. Lo que empieza como un mejoramiento de los niveles de vida de las familias beneficiadas se puede convertir rápidamente en un problema social de dimensiones insospechadas.
La Fundación Orbis se lanzó a la tarea de contribuir en ese proceso y realizó, con algunos operadores sociales, la intervención social durante el primer año del reasentamiento. El esquema de trabajo en el territorio tenía como punta de lanza a un grupo de trabajadoras sociales líderes que se llamaban “madrinas”. Chicas que se encargaban de guiar el proceso y enseñar a las personas lo que significaba vivir en estos edificios, en comunidad. Las personas venían en su mayoría de vivir en casas, algunas de ellas apartadas de todo vecino. Fue una intervención multidimensional.
Uno de los factores cruciales para el éxito de este trabajo es ganarse la confianza de la comunidad beneficiaria. No es una labor sencilla. Acordémonos que son gentes que han vivido al margen del desarrollo, sin oportunidades, víctimas no en pocas ocasiones del desplazamiento, con traumas de la guerra, muchos acostumbrados a resolver sus conflictos en ausencia del Estado. Eso sin contar con el deplorable ejemplo que dan nuestros líderes en un enfrentamiento constante cargado de mentiras, embustes e infamias para mantenernos verracos. Pretender entonces que confíen mansamente en una propuesta de este tipo es, por lo menos, ingenuo.
Esto lo sabían las madrinas y a fe que lograron un trabajo sorprendente. El cariño y respeto que inspiraban en las familias era conmovedor. Una anécdota: tenían más autoridad que la misma policía. Me contaban que los nuevos habitantes de la ciudadela corrían, por ejemplo, a bajarle volumen al King-kong (versión chocoana del picó) cuando ellas llegaban. Que los chicos dejaban el bochinche y los mayores volvían a sus labores cuando las veían. No pasaba lo mismo cuando llegaba la policía. El trabajo fue un éxito. Las familias contaban experiencias de lo logrado y su importancia.
Jenny Solano era la líder de las madrinas. Hay que tener una verdadera vocación de servicio y amor por las personas para que una bogotana como ella se vaya a vivir durante un año a la humedad y el calor de Quibdó con el objetivo de realizar un trabajo que es por medidas iguales tan satisfactorio como ingrato en esta Colombia nuestra.
A Jenny le pregunté qué rescataría como elemento crucial en la construcción de convivencia luego de su experiencia. “Aprender a comunicarnos”, me respondió. “Aprender a hablar y escuchar con el firme propósito de entendernos”. Algo simple que en la gritería en que algunos realizan el debate nacional nos tiene lejos de aprender a convivir. Definitivamente necesitamos otros líderes.