Ese tonito
Incómodo y ofendido con una gestión que tuve que repetir ene veces en la taquilla de una dependencia oficial, como la otra cara de la moneda, me vino a la memoria un episodio realmente gratificante. Me refiero al papel desempeñado por Claudia Restrepo, hoy gerente del Metro y en aquel momento alcaldesa encargada de Medellín, en esos largos primeros días de la pesadilla del edificio Space. Todos los copropietarios, damnificados de la unidad residencial, coincidimos en calificar como brillante y ejemplar su papel. Muchos no sabíamos que detrás de su rol oficial, del gesto profundamente humano y de absoluta dedicación, rondaba en esos mismos días un doloroso drama personal, posiblemente el que más nos puede alterar la existencia, y era la muerte de alguien de su entraña. Allí nos acompañó por muchos días, sin boato, descomplicada y con ejemplar sencillez. Vimos a una funcionaria involucrada al ciento por ciento en un problema de ciudad, y de eso hicimos reconocimiento público.
Este es un excepcional ejemplo de esa postura difícil de adoptar cuando riñen la vida personal y la responsabilidad pública, una postura que hace especiales exigencias a nuestra condición humana. Cuánta madurez, sindéresis, ecuanimidad y equilibrio tiene que haber en un ser humano capaz de conservar esa distancia entre el drama personal y el papel que le corresponde desempeñar. Y, más que eso, llegar a transmitir humanidad en el sentido pleno de la palabra, es decir, capacidad para ponerse en los zapatos de otro, para dolerse de la tragedia ajena, y gestionar adecuadas soluciones.
Con muchísima frecuencia, los usuarios de entidades, generalmente de carácter oficial, pero también con lamentable frecuencia en las dependencias de las EPS, nos quejamos del trato hosco, brusco y distante, a veces abiertamente inhumano, recibido en las taquillas de atención. En muchas escenas los gestos, el agobiante silencio y la pose fría, que ignora a quien solicita un servicio, hieren más que las mismas palabras. La verdad es que, con buen tino, hasta lo más inesperado se puede comunicar sin lastimar al otro.
Y en la vida cotidiana, en las relaciones más cercanas, sí que hace daño ese tonito; destruye relaciones, fabrica malentendidos y predispone. Es difícil mantener el equilibrio y la cordura, y más cuando somos provocados con palabras o acciones que nos impulsan a salirnos de casillas. La vida moderna nos entrega demasiados pretextos como para construir ese huraño personaje. De ahí la necesidad de ser conscientes de ello y de pretender contrarrestar esa construcción social. Es posible que en ninguna otra circunstancia pueda medirse la calidad y la madurez de un ser humano, como en situaciones en las que es empujado a tener comportamientos agresivos.
Conocemos a muchas personas de tono sereno, apacible, acogedor. Pero parece que no fuera la medida entre nosotros. A la gran mayoría nos salta la chispa con muy poco combustible. Con pretextos insignificantes estamos enseguida encendidos. Por eso la necesidad de persistir en el entorno familiar, los centros de formación y, en particular, desde los primeros grados de la escolaridad, en la construcción de una actitud tolerante y de cordialidad.