ESPACIO PARA LA ESPERANZA
Con alguna frecuencia intento salirme de la cotidianidad para reflexionar sobre los factores externos que nos condicionan y moldean nuestra realidad. Del permanente afán sobre la crisis que nos agobia, de la observancia de los avances e intentos fallidos por avanzar en el camino de la reconciliación y la paz, y de la búsqueda de formas para hacer, al menos, un aporte mínimo más a la construcción de nuestra nación, ocasionalmente paso a observar nuestras externalidades.
En tal tarea percibo, como la mayoría, evidencias suficientes del efecto invernadero que produce la emisión de gases contaminantes, del consecuente calentamiento global y del peligro que ello, sumado a otras irracionalidades, conducirá a la autodestrucción, no del planeta, sino de la especie humana.
Afortunadamente, parece que estamos adquiriendo conciencia al respecto. El lunes pasado el presidente Obama anunció el “Plan de Energía Limpia”, el cual pone en marcha una serie de medidas para frenar las emisiones de dióxido de carbono como elemento contaminador, y plantea la responsabilidad de crear fuentes de energía renovables. Bien lo dijo en su discurso “Solamente tenemos un hogar, un planeta. No hay un plan B”.
El anterior anuncio del presidente de Estados Unidos, uno de los países que generan más alta contaminación y daños al ecosistema, y que históricamente había sido renuente a tomar medidas serias en tal sentido, tuvo lugar en Nueva York, en uno de los eventos preparatorios de la “Cumbre de París”, auspiciada por las Naciones Unidas.
Dicha cumbre se realizará el próximo diciembre (XXI Conferencia de las Partes -COP21- sobre el Cambio Climático), con el objetivo de llegar a un nuevo acuerdo universal sobre el clima, con metas para el año 2030. Ojalá el acuerdo se dé, para beneficio de nosotros y nuestros descendientes.
En igual sentido, el ministro francés de Asuntos Exteriores y Desarrollo Internacional, y presidente de la cumbre, Laurent Fabius, afirmó recientemente que el año 2014 ha sido el más caluroso de la historia, y que el calentamiento adicional de 2ºC en el planeta, no solo tendrá efectos en el clima, sino también en la salud pública, en el desarrollo, en la seguridad y en la paz. Agrega que el acuerdo solo será posible si las naciones lo miran desde una perspectiva de equidad, solidaridad económica y capacidad de adaptación.
Otro gran hecho que motiva el optimismo es la encíclica papal, “Laudato Si”, conocida el pasado mes de mayo, sobre el cuidado de nuestra casa grande, donde acepta la imperiosidad del cambio, pero lo mira con preocupación, cuando se convierte en deterioro del mundo y de la calidad de vida de gran parte de la humanidad.
La encíclica nos clarifica, para sorpresa de muchos, que la ciencia y la religión no son excluyentes, y que desde diferentes perspectivas pueden ejercitar el diálogo productivo en el análisis de la realidad. Desde ese contexto, afirma que el ambiente humano y el ambiente natural se degradan juntos, de manera que la afectación ambiental está relacionada con la degradación humana y social.
Si la opinión generalizada es que “el mundo va mal”, hechos como los ya comentados deben llevarnos a la reflexión y a pensar que no todo está perdido. Ya en alguna oportunidad me referí en una de mis columnas a la ética del cuidado y a “La Carta de la Tierra”, mencionada por el Papa Francisco en la encíclica, como declaración de principios éticos fundamentales para la construcción de una sociedad global justa, sostenible y pacífica. Todavía hay espacio para la esperanza.