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Espejo mágico, dime una cosa

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Ingeniero de Producción de EAFIT y magíster en Administración Pública de Harvard, quien con su liderazgo humanista ha revolucionado la asistencia social en Antioquia. Desde el liderazgo en Comfama impulsa la cultura, el arte y la educación como motores de transformación social. David cree que Medellín puede reinventarse como una zona azul urbana, ejemplo mundial de salud, comunidad y felicidad.

07 de marzo de 2021

Querido Gabriel,

“Espejito, espejito, ¿quién es la más bella de este reino?” Esta historia, que aprendimos en Blancanieves, la película de Disney, es una buena síntesis de nuestra antiquísima y misteriosa relación con los espejos. Los espejos nos seducen, no podemos evitarlo. Ellos, a su vez, son confiables, nunca dejarán de mostrarnos la verdad. Recuerda que el espejo mágico de la bruja, sin importar la vanidad ni los intereses de su dueña y aún a riesgo de ser destruido, no es físicamente capaz de mentir.

Gracias a este cuento infantil, comprendimos la brutal capacidad de los espejos de decir las cosas como son, aunque nos duela. En estos tiempos, los de la verdad esquiva y las mentiras virales, ¿conversamos sobre la necesidad de contar con más espejos (instituciones, medios de comunicación, personas sinceras) que nos digan la verdad con franqueza? ¿Hablamos de los amigos que son el mejor espejo para nuestra humanidad imperfecta y peregrina, de cómo ser escépticos hasta de nuestros propios pensamientos?

Imperfectos por definición, las personas somos artesanos de una vida que llegará inevitablemente a su fin, pero jamás estará culminada por completo. Sin embargo, tenemos sesgos que no nos dejan ver bien lo que somos, como cuando oímos nuestra voz grabada y no nos reconocemos. Por eso, para ser mejores artesanos, para saber cómo vamos, necesitamos espejos que nos bajen los humos, que nos presten la mirada de los otros que nos observan mientras cometemos nuestra dosis personal de errores y tonterías. Como escribió Borges, que siempre temió a los espejos: “Dios ha creado las noches que se arman / de sueños y las formas del espejo / para que el hombre sienta que es reflejo / y vanidad. Por eso nos alarman.”

Un buen amigo es nuestro mejor espejo si tiene la imparcialidad necesaria y la sinceridad requerida. Al querernos de verdad, prefiere que sepamos que estamos frente al precipicio a decirnos “tú puedes, sigue adelante”. Los amigos conocen nuestra alma y nos ayudan a afrontarla. “Yo temo ahora que el espejo encierre / El verdadero rostro de mi alma, / Lastimada de sombras y de culpas, / El que Dios ve y acaso ven los hombres”, dijo el mismo Borges en otro verso.

Los líderes necesitan de los espejos aún más que el resto. Fue tal vez Churchill quien dijo que la crítica es como la fiebre, que nos permite identificar que algo anda mal. Los líderes de verdad, no los jefes narcisos, leen y escuchan a sus críticos. Se miran con humildad en el espejo de los ojos de la gente. Llegan a la casa por la noche a escribir en su diario cosas como “me equivoqué, perdí coherencia... pero ¡mañana será otro día!”. Los mejores de ellos, además de buscar espejos, tienen la disciplina de mirarlos frecuentemente con abierta curiosidad.

Pero en ocasiones el frío del invierno o la cálida tarde empañan nuestros espejos. El buen amigo calla porque no quiere herir nuestro corazón adolorido, nuestro ego nos nubla la visión y la escucha: “(...) a veces en la tarde los empaña / el Hálito de un hombre que no ha muerto”, advierte el argentino. Quizá por eso mismo debemos aprender a limpiar nuestros espejos, a no rehuirles, a usarlos para nuestro beneficio, a verlos como maestros, no como enemigos. El espejo no juzga, no nos cambia, solo cambiamos nosotros. ¿Recuerdas la Canción del que fabrica espejos, el poema de Juan Manuel Roca? La podemos leer en voz alta para animar nuestra tertulia: “Fabrico espejos: / Al horror agrego más horror, / Más belleza a la belleza”* Director de Comfama