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¿ESTADOS UNIDOS ES DEMASIADO GRANDE PARA GOBERNAR?

15 de mayo de 2018

Por NEIL GROSS

redaccion@elcolombiano.com.co

El mes pasado el Centro de Investigación Pew reveló una encuesta mostrando que los estadounidenses están perdiendo la fe en su sistema de gobierno. Sólo una quinta parte de los adultos encuestados cree que la democracia está funcionando “muy bien” en los Estados Unidos, mientras que dos terceras partes dicen que son necesarios “cambios significativos” al “diseño y estructura” gubernamentales.

Las elecciones del 2016 son una explicación para estos resultados. Algo no está bien en un país donde Donald Trump es capaz de ganar la presidencia.

Pero he aquí otra posibilidad: ¿qué tal si la confianza en la democracia estadounidense se está deteriorando porque la nación se ha vuelto demasiado grande para ser gobernada efectivamente por medios tradicionales? Con una población de más de 325 millones y una sociedad enormemente compleja, tal vez esta sociedad ha pasado un punto en el que -sin importar a quién elijamos- arriesga convertirse en insatisfecha permanentemente con el desempeño legislativo y gubernamental.

Pensadores políticos, preocupados con el problema del tamaño, por mucho tiempo han abogado por pequeñas repúblicas. Platón y Aristóteles admiraban la ciudad-Estado porque pensaban que la razón y la virtud podían prevalecer sólo cuando una polis era lo suficientemente pequeña que los ciudadanos serían conocidos entre sí. Montesquieu, el filósofo político francés del siglo XVIII, empezó donde terminaron los griegos, argumentando a favor de los beneficios de los pequeños territorios. “En una república grande”, escribió, “el bien común se sacrifica a mil consideraciones”, mientras que en una más pequeña el bien común “se siente con más fuerza, se conoce mejor y se acerca más a cada ciudadano”.

Los redactores de la Constitución de los Estados Unidos estaban muy conscientes de estos argumentos. Como observaron los politólogos Robert Dahl y Edward Tufte en su libro de 1973, “Tamaño y Democracia”, los autores acogieron el federalismo en parte porque pensaban que los estados tenían una escala más cercana al ideal clásico. Sin embargo, en última instancia, un contraargumento promovido por James Madison ganó el día: las repúblicas más grandes protegían mejor la democracia, afirmaba, porque su diversidad política natural hacía difícil la formación y el dominio de cualquier facción gigante.

Dos siglos y medio después, la ciencia social acumulada sugiere que el optimismo de Madison estaba fuera de lugar. Más pequeño, parece, es mejor.

Ser un país grande tiene claras ventajas económicas y militares. Pero cuando se trata de democracia, los beneficios de grandeza -definida por población o área geográfica- son difíciles de encontrar. Examinando los datos sobre las naciones del mundo desde el siglo XIX hasta hoy, los politólogos John Gerring y Wouter Veenendaal recientemente descubrieron que aunque el tamaño está correlacionado con la competencia electoral (en línea con el argumento de Madison), no hay asociación entre tamaño y muchas otras medidas estándares de funcionamiento democrático, como límites sobre el poder ejecutivo o la provisión de los derechos humanos.

Por un lado, ciudadanos en grandes naciones generalmente están menos involucrados en política y sienten que tienen menos voz. Según la politóloga Karen Remmer, entidades políticas de menor escala motivan la votación en formas que las de gran escala no lo pueden hacer “creando un sentido de comunidad” y “haciendo cumplir las normas de responsabilidad ciudadana”.

Finalmente, la grandeza puede desgastar la confianza ciudadana. La presencia de una amplia variedad de grupos sociales y culturas es la razón principal para esto.

Los retos de la grandeza americana están para quedarse. La tarea ahora es que los individuos, las organizaciones e instituciones se comprometan a construir comunidades más fuertes y un sentido renovado de responsabilidad compartida y confianza entre diferentes grupos.