Columnistas

Estar perdido

19 de noviembre de 2018

Envidio a la gente que tiene una rutina para cuando se siente perdida. Esas personas que tienen un lugar favorito para caminar, visitar o una rutina que les permite entregarse a pensar o mejor aún a no pensar. Mucha gente tiene un espacio que es como un oráculo al que acuden cuando sienten que se han quedado sin respuestas. Yo me siento así muchas veces. Como si frente a la puerta de mi casa comenzara un lago y mi vida estuviera en la otra orilla. Sin saber nadar, sin remos, ¿cómo vas a llegar? En esos momentos incluso llego a sentirlo físicamente. Me oprime el pecho. Me cuesta respirar. Me da pánico. Me paralizo.

Las redes sociales no ayudan. Si entras a Facebook, a Instagram, vas a encontrar la maravillosa vida sin sobresaltos de todo el mundo. Las parejas son perfectas. Los hijos son todos sobresalientes, maravillosos. En esas vitrinas se pone lo mejor de la vida. Y cuando las cosas no van también entonces abundan citas, pensamientos, reflexiones, unos verdaderos gurús, filósofos de vida. De abrir consultorio y arreglar la humanidad. Ni hablar del pensamiento político. Somos verdaderos expertos en todo, capaces de resolver lo que venga, cuando sea, sin salir de casa, además. Todo desde la comodidad de un teléfono inteligente.

El que exhibe algo de verdad en redes, se vuelve molesto. Y con verdad no me refiero a que sea alguien que “tiene razón”. En redes sociales todos estamos convencidos de tenerla. Me refiero más bien al que expone su lado oscuro, su tristeza, que es más honesto en su estado “hoy no me siento tan bien”. O incluso quien francamente exhibe su depresión. Las redes no son para eso. Entre otras cosas porque la tristeza no está de moda y el pensamiento positivo que lo cura todo sí. ¿A quién se le ocurre poner a disposición de todo el mundo su lado oscuro, su defecto, su imperfección? Si los defectos existieran para mostrarse no se habría inventado el photoshop. Eso que somos, que no es ideal, que no es maravilloso, que no representa felicidad impoluta y perfecta es mejor no mostrarlo. Así se construye la imagen hoy en día. Es parte del gran espectáculo que vinimos a dar en un show llamado: nuestras vidas.

¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Qué es la vida? Hay quien lo tiene perfectamente descifrado. Hay quien vive para el momento y quien está construyendo un futuro, absolutamente seguro de su destino. Desde esa amiga que todos tenemos que nació para encontrar el hombre ideal, casarse y tener hijos, hasta dictadores que se trazaron una meta y no descansaron hasta lograrla. De hecho casi siempre las historias de las grandes tragedias de la humanidad empiezan en la imaginación de un hombre convencido de que su destino es dominar el mundo. Parece absurdo, pero es tan verdad que no hay país que en algún momento de su historia no haya sido dominado por una de estas personas. Tan real que nadie hace nada para detenerlos hasta que es demasiado tarde.

Pero no todo el mundo está consciente del sentido de su vida. Muchos se dejan llevar, como si vivir fuera bajar corriente abajo en un barquito y que llegue lo que tenga que llegar. Otros, lo tienen y de pronto lo pierden. Esa pérdida de sentido no siempre tiene que ver con un cataclismo interno. A veces tenías tu vida resuelta y el país se te viene encima, tienes que emigrar, empezar de cero, siendo alguien que no reconoces, que no sabías que eras, porque emigrar reventó tu identidad para bien, para mal, para tener que empezar de cero y descubrir de qué eres capaz realmente. A veces descubres que tu llamado era otro y no lo que creías y eso te obliga a replantearte el camino para llegar a ser quien eres.

Tener un propósito, saber cuál es el camino que nos conduce a nuestro destino, requiere una mezcla de instinto y conciencia. Saber cuándo dejarse llevar y cuándo actuar y ejercer la voluntad. En ese proceso nos perdemos. Sufrimos. A veces nos paralizamos. De ese atolladero no se sale sino con la garantía de que algún día volveremos a estar allí, y por eso no le huyo a esos momentos, pero a veces envidio a quien tiene una rutina para lidiar con ellos.