Columnistas

Estragos del alma vacía

14 de octubre de 2015

Las estadísticas sobre pobreza son embusteras. No porque desconozcan el número de gentes que suban o bajen en posibilidades de alimentarse, morir como toca, educar a sus proles. Sino porque parten de una falsa creencia: que todos los pobres lo son por idénticas razones.

Sucede que no, que hay pobres de pobres, que ser pobre no es solamente carecer de plata. El llamado progreso, es verdad, ha conseguido poner más fríjoles en la mesa de la sociedad contemporánea. Máquinas y tecnología alejaron hambrunas y epidemias, aumentaron las velitas de cumpleaños para muchos que hoy llegan a abuelos.

No obstante, esos seres más nutridos, esos viejos más viejos, con frecuencia no saben qué hacer con sus vidas mejor atendidas. Vegetan en pobrezas peores que las de sus antepasados muertos de hambre.

En vísperas de unas elecciones rusas de hace casi veinte años, el poeta siberiano Eugenio Evtuchenko dibujó con agudeza la idiosincrasia de su pueblo, lo que hoy se llamaría el ‘homo sovieticus’.

“El alma vacía siempre es más peligrosa que el bolsillo vacío´, escribió para Los Angeles Times Syndicate.

El poeta, que vino a Colombia en años de refriegas estudiantiles y hechizó las plazas universitarias con su lengua de cataratas, se refería al mismo fenómeno que hoy denuncia su compatriota Nobel Svetlana Alexiévich: la anemia del espíritu tras setenta años de rojo régimen de hierro.

Lo que en su momento no alcanzó a atisbar Evtuchenko es el efecto afín provocado en Occidente por un andamiaje de publicidad, necesidades artificiales, ansia de éxito rápido, adoración general hacia el dinero.

Los dos sistemas en disputa después de la Segunda Guerra Mundial, confluyeron por vías distintas en un semejante marchitamiento del corazón humano. Y generaron una pobreza más peligrosa que la de los pobres de toda la vida.

Hoy nadie mide el vacío de alma. No se determina el raquitismo del lenguaje, apretado en las fórmulas toscas de los humoristas de televisión. No hay indicadores sobre el éxito de la literatura de autoayuda, especie de papilla para estómagos niños.

Tampoco se calculan los inocentes estragos de los fanatismos producidos por sectas de garaje, satanismos, adicciones y otros reemplazos de filosofía, poesía y ciencia. Entre tanto, la pobreza del alma se aproxima a miseria.