Columnistas

Evitar lo inevitable

07 de enero de 2016

Qué mejor manera de empezar el año que leyendo, y mucho mejor si tienes la suerte de encontrarte con una novela corta que por su ritmo vertiginoso y angustiante, sientes que la has leído sin respirar; por eso apenas llegas al final, no te queda otra opción que tomar aire y agua, con la esperanza de que no te maten, tal vez así puedas entender todo lo que ha pasado en tan corto tiempo. Las cosas inevitables, las frases cortas y los diálogos intensos que utiliza la escritora argentina, Samanta Schweblin, en “Distancia de rescate”, no dejarán de darte vueltas en la cabeza.

Amanda es una mujer que pasa el verano en una casa de campo con su pequeña hija, Nina. Allí conoce a Carla, una extraña mujer que un día le cuenta cómo cambió su vida irremediablemente. Una de las preocupaciones que tiene Carla cuando carga a David, su hijo recién nacido, es que le falte un dedo, por eso apenas lo tiene en sus brazos, los cuenta una y otra vez con la esperanza de que ese temor no sea cierto, por fortuna no lo es, pero esto apenas será un consuelo que, ante otras tragedias, solo se puede afirmar: “Qué no se daría para que a ese hijo le faltara simplemente un dedo”.

Un día, ante la aparente pérdida de un caballo padrillo, que cuida el marido de Carla como si fuera oro, Carla sale a buscarlo desesperadamente. Apenas lo encuentra tomando agua en el riachuelo dice: “Si te perdía, perdía también la casa, desgraciado”. De nuevo, ante la buena suerte uno podría decir: “Perder la casa sería lo peor”, pero después, dice Carla, hay cosas peores y uno daría la casa y la vida por volver a ese momento y soltar la rienda de ese maldito animal”. ¿Y por qué lo dice? Porque el caballo ha bebido agua envenenada y muere, lo cual significa una sola cosa: si el animal murió, pronto le pasará lo mismo a su hijo porque este bebió del mismo riachuelo. ¿Cómo salvarlo? Llevándolo a la “casa verde”, donde una mujer que puede ver la energía de la gente y ayuda cuando los médicos dicen que ya no se puede hacer nada. La única solución posible entonces es una migración que podrían hacerle al espíritu de David para poder superar la intoxicación.

Es así como nos vemos envueltos en un misterio que poco a poco podremos entender a través de unos diálogos excepcionales entre David y Amanda, quien todo el tiempo le está insinuando que “queda poco tiempo”, mientras ella trata de que la distancia de rescate con su hija Nina no se pierda. El asunto es que a veces, por más fino que se tenga el hilo para que esa distancia no sea muy larga, por más que un padre crea que estando cerca de su hijo nada podrá pasarle, siempre hay cosas inevitables que pasarán, la fatalidad en esta novela tiene vida propia.