FILADELFIA LE QUEDA BIEN A HILLARY
Por Jennifer Weiner
redaccion@elcolombiano.com.co
Una vez quedó claro que Filadelfia sería la anfitriona de la Convención Nacional Demócrata, y que Hillary Clinton sería la nominada, empecé a pensar en mi ciudad, y lo bien que le queda a ella.
He vivido aquí desde 1994. Vine a trabajar como reportera, y me quedé para escribir libros y criar a mis hijas.
Para muchas personas, Filadelfia aún es el poco pulido paradero de Acela entre los relucientes polos de Washington y Nueva York. Aquí estamos, en la mitad, un poco ignorados, un poco resentidos, complementando nuestro propio lugar, propensos a ser susceptibles si usted sugiere que somos Brooklyn Lite o que no somos más que ‘Rocky’.
Nuestras atracciones dan la sensación de “comer las verduras” - Independence Hall, la Campana de la Libertad. Dígale a estudiantes de secundaria que van para Nueva York o Washington y se emocionan. La reacción ante un paseo a Filadelfia es una encogida de hombros y “Supongo”.
Tal vez eso le suene familiar a una mujer quien ha sido caracterizada por ser una candidata al estilo “comerse las verduras”, más terca que deslumbrante, atrancada entre los polos del expresidente Bill Clinton y el presidente Barack Obama, dos de nuestros líderes más carismáticos.
Claro está que Clinton tiene un escándalo de servidor y a Benghazi. Nosotros de dimos el Wing Bowl (Concurso de comer alitas) al mundo. Ella apoyó a su esposo cuando él se entretuvo con una practicante. Nosotros tenemos a Bill Cosby, incluso mientras los rumores y susurros, y finalmente los informes de las demandas hicieron sus rondas.
Nos entendemos una a otra, la candidata y la ciudad. Ambas somos burladas, cicatrizadas, aún de pie. Inamovibles. Dudo que Clinton tenga mucho tiempo libre durante la convención, pero si lo tiene, he aquí la Filadelfia que yo quisiera mostrarle.
Me pregunto si Clinton alguna vez pensó así: “Si Bill gana las elecciones, si gana el segundo período. Si me convierto en senadora. Si me convierto en presidenta, eso sería suficiente”. Las personas la critican por su impulso. Dicen que es ambición cruda, sin corazón, una automatón sin alma con la mirada siempre fija en el premio. Me he preguntado, cuando me han llamado ambiciosa, si hay alguna forma aceptable para una mujer decir “yo quiero” si el objetivo es cualquier cosa a diferencia de un hombre o un bebé, y que no sea percibida como una amenaza.
Cuando Clinton estaba en Filadelfia recogiendo fondos en enero, traje a mis hijas, porque esto era historia, y yo quería que ellas la vieran. Arriba, nos tomaron foto con ella. Abajo, delante de una multitud que llevaba horas esperando, ella se veía comprensiblemente agotada, y se oía dolorosamente ronca mientras tocaba sobre puntos centrales con seria precisión: sobre la necesidad que tenemos de construir puentes, no muros, sobre cómo tenemos que permanecer como una tierra de esperanza, no temor.
Recuerdo que sentí frustración, y luego me sentí frustrada ante mi frustración, pensando que no hay buena manera para que una mujer hable, no hay buena forma para que una mujer sea candidata presidencial. Si habla duro está gritando; demasiado suave y es débil. Sin embargo, yo quería oratoria elevada. Quería una candidata menos defectuosa; una sin tanto bagaje, decisiones cuestionables, una larga y tensa historia; una estrella deslumbrante cuyo ascenso daba la sensación de cuento de hadas, no de inevitabilidad lúgubre.
Tal vez esté ahí, en alguna parte. La buscaría, mientras paseamos hacia Capogiro a comer gelato de caramelo salado y luego a Rittenhouse Square.
Nos encontraríamos con una niñita, tal vez andando en scooter alrededor de la estatua de la cabra, y Clinton le podría decir, “Puedes ser lo quieras cuando seas grande; puedes ser presidente”, y no sería especulativo, sería real.
Tal vez esta sea la ciudad donde la campaña Clinton se prenda, coja un ritmo, y encuentre su voz. Tal vez Filadelfia, la emproblemada ciudad que ha sido descartada, es donde una contendora maltrecha puede encontrar que aún hay posibilidad de magia