Gardel, el gordo Aníbal y su Patio
del Tango
Entre los viejos lugares consagrados a la música popular en Medellín, el que más he amado es el Patio del Tango, en el Barrio Antioquia. Lo conocí de lejos cuando quedaba en la carrera Palacé, enseguida del restaurante El Maizal, a los pies del edificio que toda la gente llamaba “Confortativo Salomón”. El nombre era por una valla publicitaria situada en los techos donde aparecía un soldado romano de los tiempos de Cristo, allá, en lo alto de la azotea, sobre las luces de neón de la noche, como un gigante del imperio de los Césares.
No me dejaron entrar al Patio casi nunca porque era la época de los años sesenta. Yo era, entonces, un menor de edad que amaba la música popular, pero no podía ir a escucharla al bar Perro Negro, ni a Las Camelias, ni siquiera a algunas de las heladerías de mi barrio, porque los dueños de los bares y los meseros se negaban a venderle a uno hasta una Coca Cola para evitarse líos con inspectores de policía como el siempre recordado Absalón Vargas, quien no vacilaba para aplicarle un “treintazo” —una detención de 30 días en la temida cárcel de La ladera— a quien, en su obtuso criterio, quebrantara el Código Nacional de Policía.
A los menores, en esos casos, nos iba peor que a los meseros porque si nos detenían en una de esas, nos mandaban a reeducarnos con los padres capuchinos en la Casa de Trabajos San José, un reclusorio de menores delincuentes situado en Machado, por la vieja carretera a Bello. Allá fueron a parar muchos amigos de mi barrio por jugar fútbol en las calles, romper vidrios a punta de pedradas o jugar billar en cantinas reservadas solo para los adultos.
Pues bien, hoy me acuerdo de estas cosas porque acaba de terminar el mes de junio y todos los enredos de la vida del gordo Aníbal tenían que ver con el terrible mes de junio y con la muerte de Gardel, un 24 de ese mes, en un accidente de aviación ocurrido en el entonces llamado Campo de Aviación de Guayabal, hoy conocido con el nombre de aeropuerto Olaya Herrera. El gordo se casó un 24 de junio. Y escogió para morir un 22 de junio, dos días antes de celebrarse uno de los últimos Festivales Internacionales de Tango de Medellín. Le pasó lo mismo que a don Leonardo Nieto, su amigo de tantos años, uno de los fundadores del Festival.
¿Por qué los gardelianos de Medellín escogen para morirse el mes de junio? Eso pensé yo la semana pasada cuando rodé por unas escalas de mi casa y fui a parar a un hospital, bañado en sangre. Esta vez creí que yo también me iba a morir. Pero aunque soy tan gardeliano como el gordo y don Leonardo, aquí sigo vivo, contando estas historias. Esta vez el miedo de morirme fue tan terrible que después del accidente, me dediqué a luchar a brazo partido por acabar un libro que estoy escribiendo desde hace más de 10 años sobre Gardel, su visita a Medellín, su muerte, y la vida del gordo Aníbal y su Patio del Tango.
Mientras rodaba de espaldas por las escaleras y me di cuenta de que todavía estaba vivo, pensé en el gordo y le dije: “Gordito, no me vas a dejar morir en junio, como todos ustedes... Necesito estar vivo para poder acabar el libro sobre Gardel, tu vida y el Patio del Tango”. Mi hija Susana me llevó al hospital. Allí también le recé a San Romualdo... porque yo, como el gordo Aníbal, y tantos gardelianos de Medellín, ¡también creo que Gardel era un santo! ¡Y Gardel me salvó! Por fin pude terminar el libro.