Gente
En el metro, un chico que no llegará a los veinticinco, cierra los ojos y se arrima con disgusto cuando un niño se sienta a su lado. Mientras, un hombre de unos cuarenta años revisa su teléfono, deja salir un suspiro apoyando la frente a la ventana y se pone a mirar hasta que se queda dormido. Al llegar a la estación hay quien sale del vagón a empujones y otros que esperan pacientemente a que se abra un espacio. Hay gente que ataca la vida con urgencia, como si estuviese a punto de alcanzar un botón que detonará el fin del mundo, y gente que vive como si estuviera a punto de sentarse en el rincón más cálido de su hogar.
En el parque un hombre de traje pasa con una cámara de fotos en la mano. La lleva como si fuese algo que encontró por casualidad. Quizás viene de hacer las fotos que le cambiarán la vida, aunque por el color y la cantidad de su pelo muchos piensen que ya es tarde, que se llega una edad, un momento, una circunstancia en que todo está echado y no puedes cambiar más. Hay quien vive como si el mañana fuese algo inalcanzable, y quien vive como si el pasado fuese una roca más grande que Dios. Hay quien vive buscando palos de dinamita para volar la historia, su propia historia y quien vive amarrado a cosas que ya ni podría afirmar si fueron.
Pasa un empleado del parque con un uniforme impecable. Cada zancada exactamente igual a la anterior. Uno se pregunta si el alcance de la vida es de la medida de los pasos. Como hacemos al abrir las piernas para impulsarnos hacia adelante, de dónde sale la fuerza, quién la impulsa y si realmente eso tendrá que ver con el destino o si es una consecuencia directa de la topografía de los lugares que atravesamos en nuestro viaje. Una muchacha lee por partes su libro y su teléfono. En una mano un oráculo y en la otra un espejo mágico, cada uno puede hacer las veces del otro. Quizás esté esperando una respuesta que va a bombardear su identidad, quizás su diario una vez más incluya la frase: hoy no pasó nada.
Una rubia lee un libro frente a un café de un diseñador tan importante como el que trabajó su enorme cartera. Quizás esté buscando una excusa para pasar el tiempo o el combustible para que se encienda su motor. Quizás la vida es tranquila, y no hay demasiadas expectativas, a lo mejor mira al cielo y deja que el viento la despeine, y piensa, esto es justamente lo que quería.
Dos señoras mayores posan frente al parque. Una mujer joven les toma la foto y al finalizar le muestra el resultado mientras una de la señoras apunta a la pantalla. Sus hombros se tocan y sonríen, luego beben agua. Saben que al final de la tarde habrá una discusión sobre cómo manejar las nuevas tecnologías, una hija que se desespera, una madre que siente que sus conocimientos son obsoletos, y que todo se siente como si una noche sin saberlo la hubieran mudado de planeta. Nos invadieron los robots, le dirá a la hija, que tratará de convencerla de que no todo es tan complicado.
La gente. Ese cardumen enorme. A veces uniforme, a veces gran monstruo indescifrable. Una amalgama de corazones rotos, de pensamientos obsesivos, de ideas fijas, de prejuicios y cambios imprevistos. De capacidades de absorción, de ganas y empuje, de necesidad de un respiro, de velocidades y cadencias, y formas de moverse, de mirar, de proyectar y transferir, actuar y responder. La gran masa de la humanidad que se compone de cada gesto, cada momento. Todo va girando y somos parte de ello. Somos los dueños de un destino que a la vez está a merced de voluntades ajenas.
Una mujer a la sombra de un toldo sorbe un poco de café y apoya la barbilla sobre su puño cerrado y se ríe. Hay quien se basta. Aunque sea un momento. Quien de vez en cuando se descubre y se deja llevar .