GOBERNAR EN CUERPO AJENO
Ser “ex” es el resultado de una labor y un estado del alma cuya característica principal consiste en recoger los frutos de lo que se hizo, enseñarlos y transmitirlos, sin caer en la tentación de querer seguir siendo lo que se fue, a través de otra persona que asuma en idéntica forma y con similar mentalidad un comportamiento que con resultados positivos, negativos o regulares, ya fue.
También puede suceder que quien figure formalmente como candidato, no sea realmente la persona o movimiento que va a gobernar, porque opera una especie de “espejo del otro” detrás del nombre formal.
La razón del ser del síndrome del “ex” o del “espejo del otro” radica en que los seres humanos normalmente tenemos la tendencia a considerar que nuestra labor fue la mejor, inigualable y no susceptible de ser mejorada por quienes nos siguen en el hacer. Hay un juego entre razón y pasión; la primera indica que la evolución de las cosas exige renovaciones en el pensamiento y en la concepción de los hechos. La pasión lleva a creer que los logros deben ser permanentes y no cambiables, de manera que quien asume una tarea bajo la sombra del “otro”, sin identidad propia, corre el riesgo de ser calificado de desleal por el hecho de sentir e interpretar el contexto social de manera diferente a su “inspirador”.
La práctica del “ex” y del “otro”, como formas del ejercicio del poder a través de cuerpo ajeno, se presenta con especial énfasis en el campo político. Es común que quien dejó de ser congresista, por cumplimiento del período, por pérdida de investidura u otra causa, busque que su curul sea ocupada por alguien de su confianza, normalmente un familiar, que garantice la continuidad de su pensamiento y de sus prácticas.
En América Latina, por histórica vocación caudillista, es común que los expresidentes de la República sean considerados “jefes naturales” de su partido o movimiento político y se sientan legitimados para presentar, apoyar e imponer su sucesor, a quien se le exige total lealtad so pena de ser descalificado por el hecho de no ajustarse estrictamente al pensamiento y estilo de acción de quien aparece como su mentor e inspirador.
Se trata de un hábito lamentable, pues una cosa es que el “otro” recomiende una política que en el pasado hubiese sido de gran eficacia y aceptación por el colectivo, por sus efectos sociales. Otra cosa es que “aquel” pretenda continuar gobernando en “cuerpo ajeno”, exigiendo a su sucesor una especie de incondicional lealtad. Hay que admirar a aquellos grandes estadistas que al dejar su cargo o cumplir su periodo, se transforman en una especie de consejeros universales, pero no determinadores de un nuevo gobierno.
Querer perpetuarse en los diferentes órganos de poder, de manera directa a través de reelecciones, o indirecta, mediante la técnica del “otro”, desgasta la legitimidad de la democracia y puede impulsar a los ciudadanos a votar por quien no represente ese tipo de prácticas.