Columnistas

¡GRACIAS ECOPETROL!

26 de marzo de 2018

En la ceremonia denominada “Pacto por la Calidad del Aire”, llevada a cabo el 1º de febrero en el Jardín Botánico con la presencia de representantes de 66 entidades distintas, no estuvo presente Ecopetrol y ello mereció una dura recriminación por parte del Procurador General de la Nación, porque en esa oportunidad ese ente no honró compromisos anteriores como el suscrito con el Municipio el 22 de mayo de 2008. Sin embargo, al acercarse la temporada crítica de marzo, cuando los niveles de contaminación hacen disparar los dispositivos de los equipos que monitorean el difícil fenómeno, dicha compañía prometió enviar un combustible diésel con un 40-50 % menos de azufre al Valle de Aburrá, a título de “prueba” y solo para los meses de marzo, abril, octubre y noviembre.

La noticia fue difundida como un gran “logro” por los medios de comunicación, algunos políticos y la propia firma; ésta última, mediante comunicado del pasado día dos, dijo que hará mediciones durante trece semanas con el fin de “establecer el impacto del menor contenido de azufre en el diésel sobre las emisiones vehiculares”, gracias a un protocolo suscrito el 26 de febrero con la Universidad de Antioquia y la Subdirección Ambiental del Área Metropolitana del Valle de Aburra (AMVA). Es más, recordó que las dos últimas décadas “ha hecho un mejoramiento progresivo (¡!) de la calidad del diésel pasando de concentraciones de 5000 ppm en 1990 a menos de 50 ppm en la actualidad”.

Por supuesto, el suministro parcial de un combustible más limpio por algunas semanas solo es un paliativo mediante el cual no se va a impedir que, aquí, muera una persona cada tres horas por enfermedades respiratorias crónicas, accidentes cerebrovasculares, cáncer de pulmón, etc., como ha dicho el Dane. Por eso, al observador desprevenido no le queda clara la suspicaz actitud de Ecopetrol, máxime si desde hace décadas sabe que suministra combustibles altamente tóxicos al Valle de Aburrá, donde el 80 % de las emisiones nocivas que -de forma silenciosa- nos matan provienen de fuentes móviles que usan gasolina o diésel.

Por eso, todo hace pensar que ese no es un comportamiento transparente y estamos enfrente a una lavada de manos, que solo evidencia un manejo procaz de la cosa pública; pareciera, entonces, que a esos burócratas poco les importara si respiramos o no un aire con componentes nocivos para la vida humana. Por ello, cabe preguntar si estamos por siempre condenados a tenerle que decir a la petrolera, que le damos nuestras más sentidas gracias porque ahora recordó que su negocio se podía manejar de forma distinta en este dolorido Valle.

Por supuesto, sin pecar de parciales, debe expresarse que desde hace mucho rato en esta urbe -fuera de la utilización de combustibles corruptos- se producen también gravísimas y dañinas conductas: piénsese, entre otras, en la construcción incontrolada; la tala inmisericorde de los árboles; la contaminación criminal por parte de ciertas empresas (recuérdese, por ejemplo, el espantoso deterioro causado por Sulfácidos S.A. en pleno sector de Guayabal, condenada por el Tribunal Superior de Medellín el 17 de febrero de 1975); la utilización de un parque automotor anticuado, etc. Por ello, urge que también millones de ciudadanos y los jueces -como, de forma valiente, lo hizo este viernes el Tribunal Administrativo de Antioquia-, tomen consciencia sobre el asunto; y, por supuesto, es necesario que las autoridades locales se acuerden de tal problemática todo el año y no solo en marzo.

En fin, todo indica que llegó la hora de decir basta para que no nos traten más como a tontos, como si no fuera evidente que esta terrible tragedia ambiental se extiende como una peligrosa mancha de aceite y los encargados de enfrentarla se hacen los de la vista gorda; el daño ya causado es enorme, pero si no nos movilizamos para impedir que esto siga sucediendo, nos espera un amargo desastre del cual no podremos recuperarnos nunca.