Columnistas

Guerra a las drogas: perseguir el grito

10 de enero de 2017

“‘Consumen heroína como si fueran cervezas’: los nuevos adictos a la mortífera droga en Estados Unidos”. Este titular de una noticia publicada en la BBC remite a “para que la droga no llegue a tus hijos”, el lema con el que el expresidente de México, Felipe Calderón, justificó la “guerra contra el narcotráfico” que lanzó en 2006.

Once años después, 175.000 muertos y miles de millones de dólares después para combatirlo, no solo se ha mantenido el consumo de drogas a ambos lados de la frontera sino que, en algunos casos, se ha disparado. Mientras tanto aumentan el crimen organizado y la violencia que se deriva de reprimirlo o de intentar controlar el mercado.

Se habla en EE.UU. de epidemia de heroína y de otros opiáceos, con 50.000 muertes por sobredosis al año. El periodista Ian Pannel siguió cuatro casos que muestran con crudeza las consecuencias de la adicción a la droga. Pero no se abordan las causas, como es habitual en los debates sobre este problema en los gobiernos, medios de comunicación y sociedad.

Pero esto empieza a cambiar. En 2012, la periodista mexicana Nancy Flores publicó La farsa detrás de la lucha contra el narco, a la que califica como un holocausto contra los más pobres y desfavorecidos, utilizados como “carne de cañón” a cambio de dinero y status perecederos. Argumenta además que, detrás de declaraciones triunfalistas, se ha ocultado un gobierno que utiliza sus fuerzas armadas y su aparato policial para librar una guerra “contrainsurgente” para atemorizar a la sociedad y para anular los movimientos sociales, descontentos con la pobreza y con tanta desigualdad.

La periodista expone también que parte de esta guerra social la impuso EE.UU. como estrategia para profundizar su injerencia en las fuerzas armadas, en los aparatos de seguridad y de inteligencia de México. Al mismo tiempo se beneficia de la venta de armas y del lavado de dinero de los cárteles en los circuitos financieros.

A la tesis de esta periodista se suman las de su colega inglés Johann Hari, que expone el mismo argumento sobre cómo EE.UU. presionó a México, con amenazas comerciales, para que librara una guerra contra las drogas. Esta guerra se alimenta de la alarma social que genera un problema enfocado desde las consecuencias más lúgubres: adolescentes muertos por sobredosis, el paisaje de junkies en las calles, los robos y los delitos provocados por una adicción “que secuestra las mentes”, los jóvenes que pasan del alcohol a drogas blandas y luego a las más adictivas.

Han sido silenciados y arrinconados quienes cuestionan las premisas sobre las que se apoya una guerra que cuesta billones de dólares sin conseguir resultados. Mueren cada vez más personas, las cárceles están a rebosar por delitos relacionados y no disminuye el número de sobredosis ni de personas con adicción.

Hari les ha devuelto la voz para completar los agujeros que ha encontrado al cuestionar esas premisas. Se pregunta sobre los orígenes de esa guerra: quiénes, cómo y por qué la han librado; quiénes han sido sus principales víctimas, cómo es la vida de quienes distribuyen las sustancias ilegales y de quienes las consumen, cuáles son los costes económicos y sociales.

Pero el mayor de sus aportes radica en plantear una pregunta fundamental: ¿qué es la adicción? Apoyado en estudios científicos, llega a la conclusión de que las adicciones tienen solo un 15 % de componente bioquímico y que “la adicción no es una enfermedad, sino una adaptación” para sobreponerse a experiencias traumáticas, sobre todo de la infancia, y al aislamiento social.