Columnistas

Hacia el fin del embargo

24 de julio de 2015

Las modificaciones en las relaciones bilaterales entre Estados Unidos y Cuba, sucedidas en los últimos años, resultan altamente aleccionadoras para los países latinoamericanos, y particularmente para nosotros los colombianos. Desde el pasado 20 de julio ondean nuevamente las banderas en sus respectivas embajadas, vigorizando la armonía, en desmedro de controversias y amenazas.

Hoy resulta evidente que las decisiones tomadas por los Estados Unidos, hace cincuenta y cuatro años, no funcionaron, o al menos no son razonables en el mundo de hoy. Agregaría que las decisiones sobre la finalización del embargo y la devolución de los terrenos de Guantánamo, son actos esperados de justicia y democracia. Para ello será importante la continuidad de los buenos oficios del Papa Francisco y del gobierno canadiense.

Desde hace más de un siglo los Estados Unidos, conscientes de la importancia geoestratégica de Cuba, pretendieron hacerla suya. Varios presidentes norteamericanos, entre ellos Adams y Grant, intentaron comprarla a España. Posteriormente, al igual que Alemania, buscaron cooptarla por diferentes medios, culminando con la guerra hispano-estadounidense, donde España perdió la contienda y Cuba logró una libertad restringida. Estados Unidos ganó presencia plena en Cuba durante los cuatro primeros años (1898 al 1902), influyó en el modelo económico y logró, en calidad de arriendo, el territorio necesario para la base militar de Guantánamo.

Desde ese entonces y hasta cuando Fidel Castro derrotó al gobierno de Fulgencio Batista, en plena guerra fría, la influencia estadounidense fue importante. Inicialmente reconoció al gobierno revolucionario y lo apoyó, situación que finalizó con la Reforma Agraria y la subsecuente expropiación de tierras y capitales de empresas o personas norteamericanas, causal principal del embargo comercial, económico y financiero hacia Cuba.

El presidente Eisenhower impuso el 19 de octubre de 1960 el embargo parcial y el 3 de enero de 1961 el rompimiento de las relaciones diplomáticas. Esta situación se fue deteriorando paulatinamente, debido a hechos como la fracasada invasión de Bahía de Cochinos y la crisis de los misiles nucleares soviéticos en territorio cubano, durante la presidencia de Kennedy, lo cual nos puso Ad portas de la tercera guerra mundial.

De esa fecha a hoy, el embargo ha sido condenado 23 veces por las Naciones Unidas. En la última votación, ocurrida el año pasado, los representantes de 188 países votaron en contra de la continuidad del embargo, y solo dos a favor (Estados Unidos e Israel). Tales expresiones muestran una comunidad internacional que tiende a ser más comprometida con el valor de la palabra y la razón, que con las soluciones impuestas por el más fuerte. Internamente, la sociedad estadounidense se opone cada vez más a la continuidad del embargo. Mientras en 1991 la oposición era del 13%, hoy ese porcentaje supera el 52%.

En términos económicos, la supresión del embargo beneficia a todas las partes. Si se busca normalizar las relaciones comerciales con China y Vietnam, con sistemas políticos y económicos similares a los que causaron el embargo, entonces, ¿por qué la oposición?

El proceso no ha concluido, pero el esfuerzo y compromiso del presidente Obama merecen reconocimiento y aplauso. Falta una tarea dura y políticamente riesgosa en el Congreso, donde los intereses del partido Republicano y fuerzas económicas no serán fáciles de superar. En el 2003 el Senado apoyó su levantamiento, pero el presidente George W. Bush vetó el proyecto de ley. Como en Colombia, o en cualquier escenario parecido, se requiere alta dosis de valor, visión y liderazgo para anteponer la conveniencia histórica y social sobre la inmediatez e intereses de la coyuntura.