Columnistas

¿HASTA DÓNDE QUEREMOS LLEGAR?

09 de octubre de 2017

Esta pregunta recoge algunos sentimientos que brotan al escuchar la Palabra de Dios, este domingo. Tanto la canción de la viña de Isaías, como el Evangelio de los viñadores homicidas, son una excelente oportunidad para reflexionar sobre uno de los contrastes más relevantes de nuestra condición humana.

Por amor; por nuestra salvación y felicidad, Dios se hace hombre en un gesto de desprendimiento de su ser, un gesto de humildad. ¡Al contrario, el hombre por su avaricia y soberbia, busca a cualquier precio y solo para sí..., hacerse Dios! Todopoderoso, dueño de todo y de todos, “libre” en la vida, pero sometido a las cosas y a todo, con una felicidad aparente; “virtual”, como casi todo y con una necesidad de posesión y consumo permanente, que lo mantiene atado a su propia trampa: la insatisfacción, hasta que logra llegar a su fin o destrucción con la muerte, en la que toda su desventura, sus desdichas y afanes, llegan al final de su partitura.

Esta tendencia –tentación- del ser humano a querer ser como Dios, lo arrastra a la frustración y culpabilidad esencial, de no aceptarse como lo que es..., reconociéndolo y agradeciéndolo. Este desorden, su aspiración y deseo insatisfecho, se torna justamente, en su propio infierno: su condenación, su muerte real, y de su mundo.

No ha sido novedad especial de ninguna época, y menos de la actual, haber proclamado: la muerte de Dios. Su desaparición, su inutilidad, su vaciedad, su negación. ¿Dios? ¡Sencillamente, no existe! No debe existir porque de otro modo, cómo podría el Hombre ser..., si su camino elegido fue: Ser Dios.

Mirando al mundo y hombre de hoy, tendríamos que reconocer que esta vieja historia, nos ha llevado muy lejos. Ante tantos resultados, “aparentemente reales y positivos”; tanta evolución e innovación de carácter económico, científico y tecnológico, hemos llegado a creer que no tenemos límites ni fronteras. (Falsos positivos). Hemos llegado a ser como Dios. Los “dueños” de la viña; porque no solo hemos dado muerte al hijo de Dios -el heredero-, sino al mismo Dios.

¡Bien vistas las cosas, estas experiencias y desarrollos nos conducen poco a poco a reconocer que, lo alcanzado, ha sido exactamente la proclamación de la muerte del hombre! Al asesinar al hijo, desaparecerlo de nuestro horizonte para hacernos los dueños de la vida, de la viña..., lo que obtuvimos fue nuestra propia muerte, nuestra destrucción y desaparición. Esto no ha sido un acto puntual. Esto se viene realizando como un proceso permanente que, a estas alturas del nuevo milenio, ya deja entrever el camino de nuestra autodestrucción: La incomunicación.

Como resuenan las palabras del evangelio, cuando dice: La piedra que desecharon los arquitectos, es ahora (siempre) la piedra angular. La Viña, que usurpamos los hombres a Dios en su hijo, era nuestra vida, la única posibilidad real de felicidad y salvación.