Hay que enseñar a obedecer...
En la gran mayoría de las familias hay hijos que son, por naturaleza, amorosos y colaboradores, mientras que otros suelen ser difíciles, indisciplinados y desafiantes. No obstante, el que ellos finalmente se conviertan en personas correctas y responsables, no es solo el resultado de haber tenido “suerte” sino, ante todo, de la dedicación de unos padres que se consagraron a formarlos en forma apropiada y consistente.
No hay duda que algunos hijos son, por lo general, tranquilos y colaboradores mientras que otros son el polo opuesto, a pesar de que se criaron en la misma familia y con los mismos padres. Sin embargo, aquellos que con frecuencia se comportan mal y viven desafiando nuestra autoridad, son por lo general producto de la falta de límites consistentes cuando traspasan o ignoran las órdenes de sus mayores.
Parece que cada vez hay más padres que aseguran que hoy la mayoría de los niños son insoportables desde que nacen. Sin embargo, quienes necesitan justificar los problemas de disciplina que tienen en su familia, a menudo aseguran que sus conductas desafiantes son el resultado de los genes (de la familia política).
Lo curioso es que la mayoría de los padres cuyos hijos, por lo general se comportan bien, no creen en la buena fortuna ni en la genética sino que construyen su “suerte” porque dedican sus esfuerzos a disciplinar a los niños y no tan solo a justificarlos ni tampoco a tolerarlos.
Es cierto que hay hijos que son naturalmente dóciles y tranquilos, mientras que hay otros que desde pequeños tienen una inmensa tendencia a poner problemas de toda índole. Pero lo cierto del caso es que, mientras que los hijos disciplinados y obedientes son una bendición, los niños difíciles y desafiantes son nuestros maestros, porque nos obligan a cuestionarnos, a revaluar nuestras acciones y decisiones, a dejar la arrogancia y a abrazar la humildad, es decir, a esforzarnos, madurar y ser mejores personas.