Columnistas

Historia de dos ciudades

03 de abril de 2016

Hace dos años, en una investigación adelantada por la Organización Mundial de la Salud, Nueva Delhi, capital de la India, fue clasificada como la ciudad más contaminada del mundo. El aire que respiraban sus 26 millones de habitantes tenía el mayor nivel de partículas en suspensión registrado en las grandes ciudades: 153 microgramos por metro cúbico.

La cifra describe el diámetro medido en micrones de partículas como amoniaco, carbón, nitratos, sulfatos y hollín suficientemente pequeñas como para entrar a la corriente sanguínea y causar enfermedades como enfisema pulmonar, accidentes cerebrovasculares, cáncer de pulmón, cardiopatías, enfermedades pulmonares obstructivas e infecciones agudas de las vías respiratorias, sobre todo en los niños.

La seguía Patna, otra ciudad hindú, con 149 microgramos. Las 20 ciudades con mayores niveles de contaminación en el mundo estaban en la India, Pakistán, Irán y otros países de Asia.

Por estas y otras estadísticas publicadas por la OMS y algunas organizaciones no gubernamentales dedicadas a estudiar los problemas del medio ambiente, me acostumbré a pensar que el problema de la contaminación del aire era un asunto preocupante para grandes ciudades del mundo tan distantes de la nuestra como Pekín, Los Ángeles, Ciudad de México o Yakarta.

Esta semana, dos fotografías publicadas en las páginas de este periódico, me hicieron comprender, con pavor, que estaba equivocado.

A primera vista, uno se resiste a creer que son de la misma ciudad. Sin embargo, fueron tomadas por Santiago Morales el 12 de febrero y el 30 de marzo de este año a las 7:00 de la mañana. La ciudad es Medellín, vista desde el mismo lugar, muy posiblemente un edificio situado en las colinas del sur.

En la primera, bajo un cielo brillante, se ve un valle apacible rodeado de montañas azules y poblado de edificios de colores vivos y alegres cuyas siluetas se elevan de la tierra en medio del verdor de los árboles.

En la segunda, no se ven ni el cielo, ni las montañas y los edificios están desdibujados. Parecen fantasmas perdidos en medio de una niebla opaca de un color ceniciento: Medellín cubierta por una enorme mortaja, como si fuera Pekín o Ciudad de México o Santiago en temporadas de inversión térmica.

¿Puede una ciudad cambiar de este modo en 47 días?

La respuesta a esta pregunta la encontré en un informe del periodista Gustavo Ospina publicado también por este periódico, titulado “Medellín está respirando humo”.

“El aire de Medellín está en niveles tan exagerados de contaminación, que hay momentos del día en los que ni siquiera se ve más allá de 500 metros. El fenómeno es tan complejo que los puntos de monitoreo de calidad del aire registran los 160 microgramos de contaminación, superando en tres veces la media nacional, que es de 50 microgramos, y más de seis veces la media internacional recomendada por la Organización Mundial de la Salud -OMS-, que es de 25 micras”, dice el informe.

Desde el año pasado, sabía que Medellín se disputaba con Bogotá el primer puesto de la lista de ciudades más contaminadas de Colombia, con 26,7 microgramos de polución por metro cúbico. También sabía que junto con Cochabamba, Lima, Río de Janeiro, Monterrey y Toluca, era la novena ciudad más contaminada de América Latina.

Pero jamás imaginé que Medellín, nuestra “ciudad de la eterna primavera”, iba a superar en 3 microgramos —así fuera por unos pocos días—la media anual de las ciudades más contaminadas del planeta, como Nueva Delhi.