Columnistas

Historia: la memoria de los pillos

07 de agosto de 2019

Buena parte del período de un gobernante se le va en la preocupación de pasar a la historia. En esto se parece al hombre del común que quiere tener un hijo para trascender. Todos se empinan para sobrevivir después de estar muertos.

Se vive más para el futuro que para el tiempo que corre. El problema es que pasar a la historia es hazaña esquiva e ingrata. Es preciso ganar las batallas fundamentales y así escribir las memorias de la guerra.

Alguien que no gana guerras es capaz de desenmascarar el engaño del culto a la historia. Alguien como Ambrose Bierce, escritor gringo que perdió lucha y vida al lado de Pancho Villa, definió así la palabra “historia”: “relato casi siempre falso de hechos casi siempre nimios producidos por gobernantes casi siempre pillos o por militares casi siempre necios”.

Falsedad, poquedad, ruindad, necedad: estos son los elementos constitutivos de los hechos célebres. Pero claro, ningún protagonista presenta esos sucesos en su cara verdadera. Por eso pujan toda la vida y por eso se aseguran de quién y cómo estructurará la narrativa de sus presumidas hazañas.

Cada político, entonces, asume el poder con el designio de derrumbar el oropel edificado por su predecesor. ¡Quítate tú pa ponerme yo! No hay brillo sino para un personaje y para su corte de zalameros. De ahí que los mandatarios sucesivos se traben en una pelea por la posteridad.

La zancadilla, la descalificación y la traición van entrelazando los acontecimientos, con el objeto de que el gobernante de turno figure en los libros del futuro como héroe fundador de una manera victoriosa de manejar la patria.

De ahí que no baste con ganar elecciones ni con mantener la favorabilidad de las encuestas. Es preciso maquillar las cifras, inflar los éxitos, subir de estatura, para pasar a la historia. De modo que ministros, asesores, funcionarios, no son tan importantes como los maquilladores del porvenir.

Estos han de cuidar cada palabra, cada énfasis, cada retrato del líder obligatoriamente colgado en colegios, estadios y oficinas. El apetito de la gloria trasciende los cien años que cualquier déspota logre vivir. Se necesitan quinientos, mil años, horizontes invisibles desde el presente, para dejar contento al ávido mortal que ignora lo que en plata blanca es la historia: el triste catálogo de las memorias de los pillos.