Columnistas

Homo sapiens, autor de la masacre

23 de marzo de 2018

Pasó más de 30 años de sus 45 encerrado en un zoológico, arrebatado casi de bebé de las praderas africanas.

Los últimos ocho años de su vida los vivió en un área mayor, una reserva. En su rostro se veía lo que para los humanos es una honda tristeza.

Llegó a su último hábitat con dos compañeros más, que no resistieron. Pero él se mantuvo. Y para mejorar su situación, le presentaron a Ringo, un joven rino pariente de una subespecie cercana y con él la vida pareció sonreírle de nuevo, contaron sus manejadores.

Recorría el territorio, lo marcaba acompañado de su nuevo amigo. Una amistad de seis meses hasta que... este falleció de repente. De nuevo solo. Un poco después descubrió caballos en un establo de la reserva y estableció un lazo con ellos y parecían mantener una larga conversación, separados por las tablas.

Pero el soltero más apreciado del mundo, entre los rinos, comenzó a sufrir la cuenta de cobro que pasa la edad a todos los seres vivos.

Su salud se deterioró rápido, pese a leves mejorías ocasionales que aumentaban la esperanza de que viviera.

A comienzos de esta semana murió. Hubo que aplicarle la eutanasia para que no sufriera más. Ya ni se podía sostener parado.

En 1960 quedaban unos 2.000 rinocerontes blancos del norte viviendo en su medio natural en África. En 1975 solo se contaban unos 500, apenas 30 en 2000 y 4, seis años más tarde.

No fueron las enfermedades ni las calamidades naturales. No. Fueron los humanos.

La caza ilegal y despiadada por dinero para surtir mercados de personas ignorantes que ven en pedazos de animales la meta de sus frustraciones sexuales o la cura para mil achaques, un mercado casi inconmensurable en Asia.

De 100.000 rinocerontes negros que había en 1960 quedan menos de 4.000 y más de 25.000 elefantes se cazan cada año. También el hambre o las tradiciones han llevado a decenas de especies de casi todos los continentes al borde de la extinción. Hoy más de 23.000 están amenazadas, cerca de su desaparición.

Una eliminación sistemática de esos que, como nosotros, se ganaron incluso antes, su espacio en el planeta y son vitales para la supervivencia de todos. Un daño enorme provocado por una sola especie: Homo sapiens.

Así murió Sudán, el último macho de los rinocerontes blancos del norte.

Maullido: de nada ha servido el diésel mejorado para reducir la polución del aire.