Hondos Latidos del alma
“Quiero que me ayude a quitar esta carga de dolor que llevo sobre mi cuerpo desde hace casi 10 años, cuando mi familia tuvo la mala fortuna de toparse con las autodefensas. Perdimos a cinco de nuestros seres queridos”. Son las palabras de la anciana María Teresa Toro, que angustiada le escribió al exjefe paramilitar alias Don Berna. En la misiva, con el corazón en la mano, le aclamaba la verdad: “si los tiene vivos, ¿a dónde se los llevaron? Si los mataron, ¿dónde están sus restos para darles cristiana sepultura?
La historia de la humanidad -señala María López Sanz en su texto El dolor de sentir en la filosofía de la existencia-, ha sido también la historia de la crueldad. Sufrimiento y dolor han sido poderosos medios para que las leyes, las costumbres, las jerarquías y los códigos morales, queden grabados en la memoria de los hombres. Friedrich Nietzsche advirtió que debajo de los rituales y los cultos, de las leyes y los códigos tenidos como santos, respetables y buenos, anida una gran cantidad de sangre y sufrimientos.
Esos códigos de sangre que la guerra ha impuesto se perpetúan en otros, generación por generación. Como lo expresa López Sanz, el dolor no es solo un hecho fisiológico, sino también existencial. No es solo el cuerpo de la víctima directa el que sufre la tortura, el asesinato o cualquier otra vejación, sus seres queridos también los sufren. La psiquis de madres, hijos y amigos, se ve gravemente comprometida. Estos deben aprender a vivir en medio del dolor y el silencio, a sentir la ausencia del ser querido.
Es lo que sienten las víctimas de la desaparición. La incertidumbre hace que lleven en la mente a ese otro que no está, la imagen de su cadáver, la pregunta por el lugar dónde lo sepultaron. Como María Teresa le ruega a alias Don Berna, miles de víctimas lo hacen con sus victimarios: una luz de verdad para terminar su prolongado duelo. Más que los castiguen, los familiares quieren saber ese profundo, oscuro y triste “qué fue lo que pasó”.
El reciente acuerdo entre el gobierno y las Farc abre, en ese sentido, una esperanza para las familias de los desaparecidos y la entrega digna de sus cuerpos. Más allá de que los guerrilleros confiesen el paradero de los desaparecidos, o que aclaren crímenes que tengan que ver con la desaparición, será una gran contribución para que miles de víctimas hagan sus duelos.
Escuché a otra madre, alguna vez, afirmar que aunque tenía tres hijos y podría tener muchos más, la desaparición de uno es un vacío que no se puede llenar y representa un sufrimiento difícil de entender. Ojalá que este acuerdo se haga realidad y no se quede únicamente como expectativa. La experiencia de otros procesos de paz da cuenta de lo difícil que será, pero es un gran paso para aliviar a las víctimas de esa carga tormentosa que menciona la anciana madre María Teresa Toro, en su ruego a alias Don Berna.