INCRÉDULOS EN LO MÁS IMPORTANTE
“Y se extrañó de su falta de fe” (Marcos 6, 6).
Jesús se extrañó de la falta de fe de su pueblo y se fue de allí. El mensaje invita a reflexionar sobre nosotros. El tema es controversial.
La última encuesta de opinión muestra el efecto devastador de los atentados contra el pueblo y contra la frágil confianza en el proceso de paz: Más de la mitad de los colombianos piden solución militar. Dos terceras partes no creen en La Habana. Tres cuartas partes desaprueban al Presidente; la mayoría, por su estilo de trabajar la paz.
La comunidad internacional piensa distinto. Desde el Vaticano hasta las Naciones Unidas, pasando por Europa, América, Asia y África, aprueban con determinación el proceso de paz de Colombia. Saben que estos procesos tienen vicisitudes impredecibles y momentos en que el conflicto arrecia. Saben que la gente de Colombia creativa y pujante, merece una presencia mayor en el conjunto de las naciones, pero se lo impiden 7 millones de víctimas, cincuenta años de guerrilla y más de 11 mil millones de dólares de presupuesto militar anual.
Ante esta aprobación internacional uno no puede evitar la imagen dramática del día en que se firmen los acuerdos en La Habana, cuando todos los países del mundo salgan a celebrar la buena nueva de que en Colombia ha terminado el conflicto armado, y nosotros estemos furiosos en las calles, en las familias, en la Iglesia, peleando bravos porque se firmó la paz.
Muchos en Colombia y en la Iglesia desaprueban al presidente Santos. Muchos discutimos sus posiciones políticas y económicas y su estilo de gobierno. Es normal. Somos una democracia y es muy importante que haya discusión y no unanimismo. Pero hay un punto en que nosotros como Iglesia y como comunidad nacional no podemos estar divididos, punto en que tenemos que apoyarnos, en torno al cual no podemos exacerbar discrepancias, en el que la magnanimidad tiene que demostrar que nos tomamos en serio como seres humanos. Es el objetivo que han buscado todos los presidentes desde Belisario Betancur y por eso hemos podido llegar hasta aquí: es la decisión de terminar el conflicto armado, de sacar las armas de la política, de poner fin a la victimización del país.
Allí tenemos que estar todos y todas. Allí tiene que estar la autoridad moral de la Iglesia unida. Nos los pide Jesús, presencia de nuestro Dios desarmado que nos ordena suspender el culto para ir primero a reconciliarnos entre hermanos.