INDIVIDUALISTA
Los pequeños intercambios cotidianos nos dan la medida de la sociedad en que vivimos. Esa misma cotidianidad va moldeando a su vez, para bien o para mal, nuestros comportamientos y por eso en gran medida audita nuestra felicidad, amargura, comodidad, insatisfacción. Anticipo que voy a recibir palo con lo que voy a decir: por los políticamente correctos, por los que se regodean en un falso patriotismo, por los que se ofenden en un claro complejo de inferioridad por las comparaciones. Pero mi ánimo no es otro que la reflexión calmada.
Hace un tiempo mi mamá sufrió una caída en vacaciones que le impidió volver a casa por sus propios medios. Tuvo que utilizar una silla de ruedas de regreso de un viaje familiar. Estábamos en Estados Unidos. Voy a describir solo el camino de vuelta. Tuvimos que tomar dos vuelos internos allí y uno en Colombia.
En Estados Unidos al llegar a los aeropuertos nos trataron con prioridad. No solo por parte de los encargados, sino que nos daban preferencia la gente que encontrábamos en el camino. Prioridad al abordar la buseta al aeropuerto, prioridad al entrar a los aeropuertos, prioridad sin afanes, sin acosos, al abordar y bajar de los aviones. “¿Te quieres bajar primero?”. Le pregunté a una chica que venía a nuestro lado en uno de los trayectos. “No, tranquilo, yo espero”, me respondió cuando aterrizamos para hacer una conexión. Las personas que ayudaban con la silla de rueda eran tranquilas, sin acoso, sin preguntas. Con respeto y serenidad prestaban su servicio. El cuidado de mi mamá estaba por encima de todo.
Al llegar a Colombia todo fue diferente. El señor de la silla de ruedas hizo toda clase de preguntas impertinentes en mi opinión: ¿En qué vuelo veníamos? ¿Cuál era el nombre de mi mamá? ¿Su número de cédula?, incluso preguntó su número de celular. ¿Para qué? ¿Presumía que fingíamos? ¿O era la costumbre nacional de enredar todo? ¿Desconfianza? En un momento mientras esperábamos por la silla de ruedas en Bogotá, las personas encargadas hablaban temas personales delante de nosotros aplazando innecesariamente el desplazamiento hacia el avión hasta que dije afirmativamente: “¿Vamos o qué?” y ahí sí arrancamos.
Abordar el avión en esa ocasión fue un desorden. Y no por la aerolínea, sino por las personas de clase ejecutiva que normalmente embarcan primero y que nos pasaban por encima sin contemplación irrespetando nuestra prioridad. Así somos. Ya a bordo, mientras mi mamá se sentaba, un tipo detrás de mi hermano empezó a acosar. Mi hermano le explicó que mi mamá necesitaba tiempo para sentarse... En fin, al final llegamos a casa bien. Pero esa diferencia se sintió. Mi sobrina de doce años me lo dijo: “tío, qué diferencia en Colombia, ¿cierto?”. “Sí mi amor, sí”.
Lo que describo es algo sencillo que refleja que somos una sociedad individualista, más que eso, egoísta. Pensémoslo: nuestros males como la corrupción, la violencia y las desigualdades tienen buena parte de su origen en ese individualismo/egoísmo que no nos permite construir colectivamente. Anteponemos los intereses exclusivamente propios sin ninguna meditación. Cada quién resolviendo todo por su lado, según sus intereses y así no se construye una sociedad.