Intriga por un tesoro
Reina Letizia, salud.
Cuando se casaron en mayo 22 de 2004, me permití darle varios consejos a su esposo, el entonces príncipe Felipe, para que su “mártirmonio” durara.
Advertía, inicialmente, que en casa la mujer siempre debe decir sí. En otra recomendación le sugería a don Felipe practicar aquello de que en esta casa se hace lo que yo obedezco.
El tercer consejo aplica solo para el rey: No pronuncie dormido el nombre de una “dulce enemiga” que no sea usted.
Entenderá que en plena era del pragmatismo no hay almuerzo ni consejos gratuitos. Así que voy al grano.
Por estos días se discute en Colombia si España debe devolvernos parte del tesoro de los quimbayas que un presidente generoso con lo que no era de él, Carlos Holguín (1886-1892), le regaló a la reina regente María Cristina, dizque para celebrar los 400 años del descubrimiento. También se habla de unas gracias lagartas por un laudo arbitral favorable a Colombia.
Lenguas triperinas aseguran que Holguín, una lámina de hombre, y la reina Regente, con más sexapil la sota de bastos, se entendieron muy bien debajo de las cobijas cuando se conocieron en París. El regalo vino por añadidura.
Álvaro, hijo del generoso Holguín, en unas memorias que cita el historiador y periodista Óscar Alarcón, dio detalles del entendimiento entre su taita y la reina regente, que tuvo doce hijos, no todos batidos con el mismo molinillo. Dicho por ella.
Hace poco, la Corte Constitucional escuchó la intervención de 30 expertos. Solo dos rábulas de la cancillería y de la secretaría jurídica de presidencia se manifestaron en contra de la devolución.
Le traduzco con un cantar infantil la posición oficial de Colombia: Dar y quitar, campanas de hierro, por un barranquito, derecho al infierno.
Hay tres opciones: Que la Corte acoja las recomendaciones del gobierno colombiano que prefiere no meterse en líos con España, garante del proceso de paz, o que exija al gobierno pedir la devolución del tesoro Quimbaya que se encuentra escondido en el museo de América, en Madrid.
La tercera vía, la más expedita, es que usted nos haga el favor de convencer a su medio madroño, el rey, de que entreguen lo que es ajeno. Al fin y al cabo, al tesoro nadie lo puede ver, salvo la señora del aseo.
Lo mismo sucede con el resto del tesoro Quimbaya: por algún tastás del destino fue a dar a The field museum, de Chicago, donde permanece oculto a los ojos del respetable. Ya habrá tiempo de exigirle al presidente Obama la devolución. Pero vamos por partes, decía Jack, el Destripador.
La “quindianidad” con el historiador Jaime “Indiana” Lopera a cabeza, se lo agradecerán. En vos confiamos, reina. En agradecida reciprocidad, cuente con su palma de cera del Quindío, la jirafa del paisaje, un árbol alto como su marido.