Jóvenes guerreros, empresarios y alquimistas
De acuerdo a la Real Academia de la Lengua, resiliencia es la capacidad de adaptación y recuperación de un ser vivo o sociedad cuando ha cesado la perturbación de un estado adverso a la que había estado sometido durante mucho tiempo.
Simplemente es la capacidad de mostrarnos como somos, con nuestras vulnerabilidades y miedos, para enfrentarlos, superarlos y encontrar el estado natural con que vinimos para crecer verdaderamente. Es decir, es la capacidad que tenemos los seres vivos de quitarnos las máscaras de la dramaturgia de la vida (víctima, victimario y salvador) y empezar a construir nuestro propio camino. A superar los miedos y a reducir nuestras vulnerabilidades.
Reconocer y dejar los roles que nos enseñaron la guerra y los desastres es el primer paso. Nos permite conocer las verdaderas necesidades de información y desarrollo, amenazas, riesgos y oportunidades. Las máscaras enturbian el proceso de desarrollo de un territorio y el relacionamiento con los otros pues te alejan, sin que te des cuenta, de quien verdaderamente eres. La igualdad, el respeto y la confianza nunca serán posibles sin vernos los rostros reales.
Según psicologiayconsecuencia.com, hay tantas máscaras como personas y en ocasiones muchas máscaras dentro de una sola persona. Las tres máscaras o roles que más usamos para manipular y vivir son: “el salvador, quien siempre trata de ayudar aunque no se lo hayan pedido. Se coloca en un papel de superioridad. Ayuda por complacerse y no de forma vocacional, necesita que le necesiten. Su frase es: “yo soy quien tiene las soluciones y tú me necesitas”. El victimario o perseguidor, quien trata siempre de culpar a los demás desde su supuesta superioridad y es muy extremo y severo en sus juicios. Se coloca en un papel de superioridad pero en el fondo se siente inferior. Su frase es: “yo soy el que lo sabe todo y el otro tiene que hacerme caso”, y la víctima o mártir, quien se cree que está siempre libre de culpa e indefenso. Se coloca en un papel de inferioridad. Su frase es: “los otros son mejores que yo porque tienen la solución que yo no tengo”.
Pero al contrario de lo que uno espera, en los últimos años, me da la impresión, hemos profesionalizado estos peligrosos roles. En temas de desastres como deslizamientos, inundaciones y avalanchas hay más víctimas, el victimario es la naturaleza o el clima y el salvador los políticos que reparten mercados. En temas de cambio climático pasa lo mismo y en temas de paz ni se diga.
Pero para salir de esto no hay como un buen ejemplo. Aldo Civico hace poco nos relataba un maravilloso ejemplo: un estudiante de ingeniería, de primer semestre en Eafit, es hijo de un reciclador de Medellín que cuando niño le llevaba pedazos de aparatos electrónicos que encontraba en la basura como juguetes. Así empezó su pasión por la electrónica. Pero este padre, que era campesino murió de cáncer cuando el tenía 12 años. Le tocó empezar a vender dulces en la escuela. Y con el apoyo de la Fundación Conconcreto empezó a construir su proyecto de vida alrededor de la robótica.
De acuerdo a Civico, se hizo conocer en los concursos internacionales de robótica y cuando llegó la hora de inscribirse en la universidad, le escribió una carta al rector de Eafit, Juan Luis Mejía, compartiendo su sueño de estudiar. Allí se ganó la beca que le permitió comenzar su carrera de ingeniería. Ahora trabaja con sus amigos en un dron que pueda detectar las plagas que afectan a las plantas, y me imagino que los páramos, pues es la nueva tecnología que necesitamos desarrollar para enfrentar y detectar las amenazas del cambio climático sobre nuestros propios territorios, sin necesidad de pedir ayuda y llorar a países más desarrollados. La construcción de nuestra propia resiliencia es base para el aprovechamiento de nuestras oportunidades.
No más víctimas. No más victimarios. No más salvadores. Lo que necesitamos son jóvenes guerreros, emprendedores y alquimistas..