La amistad tiene más valor
“A través de aquellos simbólicos barrotes que separaban los dos mundos, la quinta y la carretera, el niño pobre enseñaba al rico su juguete y este lo examinaba con avidez como un objeto raro y desconocido. Pues bien, el juguete que aquel chico hostigaba, excitaba y sacudía en una caja con rejas, ¡era una rata viva! Sus padres, sin duda por economía, habían sacado el juguete de la vida misma. Y, los niños se sonreían el uno al otro fraternalmente, con dientes de igual blancura”. Es este un hermoso fragmento del libro Obra poética completa, de Charles Baudelaire.
Traigo a cuento esa escena, por las impresionantes fotografías que recientemente encontré en “Galimberti ‘s Toy Stories”, un proyecto que compila fotos de niños de todo el mundo con sus más preciadas posesiones: sus juguetes.
Los pequeños, en el transcurso de su propio desarrollo -y de la historia misma-, aprenden ese papel especial de la niñez. En este, el juguete cumple un papel relevante, que a su vez está condicionado por una situación social, cultural y económica. El filósofo Walter Benjamin insistía en que los niños no constituyen una comunidad aislada, sino que son parte del pueblo y de la clase del cual proceden.
Los niños son muy susceptibles a imitar el medio en que viven. Una guerra, por ejemplo, es lo que más los determina. Hay historias dramáticas, como la de Irak. Allí, las bombas de racimos -un arma de metal reluciente usada por los soldados norteamericanos-, eran encontradas meses después por los niños iraquíes. Las veían como un juguete y, al activarlas, terminaban víctimas de la explosión.
Pocos adultos se lo han preguntado -y mucho menos los niños- pero sí lo hizo Galinmerti: ¿con qué juegan los otros niños? El fotógrafo encontró que los juguetes en los países más pobres eran fabricados por los mismos niños, de materiales que encontraban en la calle, maderas o alambres. Los niños ricos, en cambio, tienen en su mayoría costosos y tecnológicos aparatos.
En los países más ricos, los niños se mostraban más posesivos con sus juguetes. En los pobres, en cambio, hay una interacción permanente. De ahí se desprende una lección: a los niños en África les encanta jugar con sus amigos, porque la amistad tiene más valor que el juguete.
Galimberti me hizo cuestionar sobre lo que han representado los juguetes en nuestra niñez. Estos hacen parte de experiencias intensas y con un espacio especial en nuestra memoria. Con ellos no solo nos divertimos, sino también que aprendemos a ser o no benevolentes.
Tal vez esa sea una lección vital que deberíamos inculcar en los pequeños. En su inocencia pura, pese a la riqueza o pobreza, como diría Baudelaire, los dientes tienen igual blancura. Por ello, la amistad siempre tendrá un valor mucho más perdurable que un juguete. Ese compartir con el otro que se inculca desde chicos, es, sin duda, una forma de abonar una sociedad más respetuosa de la diferencia, más equitativa. ¿Y por qué no enseñarlo con un simple juguete?.