La capital de los piropos
Medellín aguanta un piropo internacional más: Es la capital mundial del piropo. El más reciente se lo atribuyó la agencia Efe a un profesor de apellido Balmaseda, quien habría dicho que el español “no se habla mejor” en Valladolid o en la región que se tiene por cuna del idioma, que en Medellín. La tacita de plata, la ciudad de la eterna primavera, la capital industrial de Colombia, el valle de las flores, el meridiano continental de la moda y, claro, la ciudad más innovadora del mundo, son algunos de los títulos acumulados por “la hermosa villa, muellemente tendida en la llanura”, a la que le cantó Gutiérrez González desde el alto de Santa Elena.
Cualquier lugar del orbe panhispánico puede arrogarse el mérito de decir, hablar o leer mejor el español, si se compara con el modo actual de utilizarlo en el entorno del Monasterio de San Millán de la Cogolla, en La Rioja, donde se encontraron las glosas silenses y emilianenses, escritas hace mil años en un códice en latín. Entre los 500 millones y más de hispanohablantes, unos se ufanan de la riqueza lexicográfica, otros de la corrección al escribirlo, o de la sonoridad del acento. Y es cierto que en Medellín hay muchísima gente que se esmera por cultivar, salvaguardar y enriquecer el idioma y ayudar a proteger el lema real y académico de “limpia, fija y da esplendor”, que más parece el eslogan de un jabón detergente.
Nos halaga si desde el exterior a Medellín se le destacan sus facetas positivas y amables. Pero la ciudad no puede vivir acomodada sobre un extenso tapete de flores y piropos, mientras, por ejemplo, el campeonato global en la innovación siga resultando inútil para inventar cómo resolver problemas sociales crecientes como la inseguridad, el desempleo y la movilidad, o para ajustar una ciudadanía que no acredita la cualidad de bien educada, pese a las buenas intenciones de gobernantes y gobernados.
¿Creer que Medellín es la ciudad modelo en el buen decir, el buen leer y el buen escribir no es acaso contraevidente, o por lo menos exagerado y no suena más bien como un elogio de alguien que vino, vio y se fue con la promesa de volver, encantado de la hospitalidad proverbial de los paisas? ¿Será que somos demasiado cismáticos si nos sorprendemos con el envilecimiento del uso del español, con la degradación por la avalancha de barbarismos, neologismos, impropiedades y vulgarismos que amenazan con tratarlo como una jerigonza incomprensible e incluso como una deprimente germanía? ¿Podría ser motivo de orgullo comprobar una y mil veces cómo sigue extendiéndose un vocabulario que no sale de algunas palabrotas como las que, repito, empiezan por güe, mari, hijue, malpa o gono?.