LA CONFIANZA
En enero pasado volví de un par de semanas de vacaciones. Al llegar a mi apartamento, la nevera había fallado. Cuando la abrí, ¡los huevos estaban peludos! Pensé que habían mutado y esperaba que me hablaran, pero el olor los delató, estaban muertos. Llamé al mismo centro de servicios de electrodomésticos que me había hecho alguna vez un trabajo menor. Enviaron un técnico que la revisó. El diagnóstico: Falló el motor. La solución: cambiarlo. “¿No será el gas que se le acabó?” Pregunté con esperanza. “No señor, es el motor”, afirmó el hombre. “¿Cuánto cuesta el arreglo?”, indagué. Se aproximaba al valor de una nevera nueva y la reparación no me garantizaba su buen funcionamiento en el mediano plazo. Decidí reemplazarla. “Si quiere yo le compro esta chatarra por $ 90.000”, me dijo el técnico. “Pues bueno, yo lo llamaría en tal caso”, indiqué.
Compré mi nevera nueva y en el transcurso de las vueltas, un compañero de trabajo a quien le conté lo sucedido me dijo que le gustaría quedarse con el aparato viejo. Se la regalé. Un cuñado suyo que sabe de refrigeradores la revisó. Efectivamente era el gas que se le había acabado y con $ 20.000 la arregló.
Di papaya. Y la rabia que sentí me dejó pensando. Una sociedad segura, justa y equitativa se cimenta en la confianza. Desde la transacción más insignificante a la más representativa, debería primar la confianza. No creo que la mayoría de los colombianos piensen ni actúen así, pero sí es muy frecuente. Desde el que se salta la cola, hasta el corrupto que desfalca el erario. Desde el que cobra abusivamente por un producto hasta el que se aprovecha de una posición privilegiada para beneficiarse indebidamente. No es sano, no es bueno, no podemos vivir así. Es un rompimiento permanente del frágil tejido social. Es la desesperanza. Y nos deja viviendo en estado de alerta para no ser los bobos, sospechando del otro. Inclusive, a veces nos equivocamos juzgando un comportamiento correcto por estar pensando que es malicioso.
Caminos se han explorado. Zanahoria y garrote. Educar permanentemente y castigar las infracciones. Un trabajo de cultura ciudadana perseverante y profundo y unas instituciones de justicia impecables. Pero para eso debemos tener dirigentes confiables y honestos, capaces de formular acciones y liderar el compromiso de una sociedad hacia estos propósitos.
Eventualmente la nevera terminó donde un tío de mi compañero que no tenía y funciona de maravilla. Vive en Carambolas, un barrio en la más alta ladera nororiental de Medellín, de la última estación del metrocable de Santo Domingo para arriba. Se ha convertido en la nevera del sector, donde los vecinos acuden a guardar sus cositas. Un sentimiento de alegría y desazón me da cada vez que me acuerdo. Feliz de que tenga ese uso y triste por una sociedad que le falta mucho por recorrer para ser adecuadamente confiable y que pareciera, por lo que sentimos, no lo está haciendo.