La Conspiración
del Cartama
Querido Gabriel,
Una conspiración, según la etimología, es una unión de personas alrededor de una inspiración o aspiración. Por eso no encuentro un mejor término para la historia que muchos líderes e instituciones regionales están escribiendo desde hace varios años y ahora comienza a emerger en nuestro paisaje institucional y social como uno de esos farallones del Cauca que tanto amamos.
Estamos en tiempos de miedo al futuro y conversaciones que se quedan en el pesimismo ante los desastres ecológicos, sociales y políticos. Sin embargo, Savater lo decía en alguna entrevista el año pasado, no se trata de ver qué va a pasar, sino de hablar sobre qué tenemos que hacer para que pase lo que debería pasar. Por eso te propongo una tertulia acerca de un proyecto que conecta nuestro pasado con, quizás, nuestro mejor futuro posible. Hablemos de Biosuroeste, del valor que tiene para Colombia y de por qué los antioqueños lo debemos apoyar.
Se trata de una conspiración para confiar en un país que desconfía sistemáticamente. Los alcaldes de la provincia que comparte nombre con el bellísimo río Cartama, liderados por Támesis y Valparaíso, trabajan pacientemente con instituciones, universidades y empresas lideradas por Proantioquia, con los gobiernos nacional y departamental y los emprendedores locales. Llevamos —Comfama hace parte— cuatro o cinco años conversando, caminando y estudiando cómo catalizar el desarrollo rural y turístico de la región. Ya parecemos, en medio de esta diversidad de actores, una orquesta sinfónica cuya potente armonía se escucha desde el río Cauca hasta la peña de Jericó.
Es una conspiración para reconocer nuestro pasado milenario en un país amnésico. El proyecto conecta, con sus caminos, los petroglifos, las montañas sagradas y las grandes rocas volcánicas, nuestras madres, que contienen el alma de esa herencia ancestral. Gracias al canto de las aves que colman estas laderas como casi en ningún otro lugar del planeta, los paisajes y las historias de nuestros ancestros, los visitantes tejerán una nueva relación con la tierra, más femenina, más amorosa, como siempre debió ser.
Es una conspiración de esperanza y posibilismo para cerrar las profundas brechas que persisten entre el campo y las ciudades colombianas. Biosuroeste está ubicado, como dice Isabel Cadavid, de Agromandala, pionera de la agroecología en la región, en unos suelos “aptos para la abundancia”, comunes en nuestros Andes tropicales. Será un proyecto Faro, porque iluminará la ruta, nos orientará ante las tempestades del cambio climático, los riesgos de las economías extractivistas y los escollos de las anticuadas cadenas agroalimenticias que enferman a la gente y destruyen la biósfera. Tendrá ejemplos formativos en recuperación productiva de bosques, agroecología y ganadería regenerativa; propondrá “una agricultura que se reconcilie con la vida”, como enseña, optimista y sonriente, Isabel. Como ella, hay muchos más que están recorriendo esos caminos.
A esta poderosa conspiración se sumarán muchos, tanto de la región como del resto del país, que quieren reescribir la historia de nuestro campo. Vamos a conocer, sembrar y aprender, a conectar y a conectarnos. La metáfora del palimpsesto que alguna vez acuñó Juan Luis Mejía para Medellín —aludiendo a esos textos medievales donde, por escasez del precioso recurso del papel, se borraba y se reescribía cuidadosamente sobre lo escrito— podría servirnos. ¿Qué hay más precioso que la Tierra, el agua, las aves y la vida? En estas fincas —hay que decirlo porque los símbolos importan—, que fueran propiedad de algunos de los narcotraficantes que ahogaron con sangre y terror a este país, escribiremos un nuevo relato para la ruralidad colombiana; será un lugar para aprender a preservar, a cultivar, a consumir, a regenerar y a celebrar el universo
* Director de Comfama