La cosiacuda y el cosiámpiro
En la segunda mitad del siglo XIX, James Clerk Maxwell, uno de los físicos más importantes de la historia, propuso, entre muchas e importantes cosas, que la luz era una onda, y como tal era difícil pensar que pudiese propagarse en el vacío, lo que exigía la existencia de algún medio o de “algo”, así fuese desconocido y de hipotética existencia. La solución fue resucitar la idea del “éter”, una sustancia de la que nada se sabía, pero qué importa, tenía que haber una, y cuya existencia había resuelto problemas a los presocráticos y en especial de Aristóteles, a quien dicha “cosa etérea” le sirvió para que algunas de sus ideas no se quedaran cojas.
El lenguaje, tan o más poderoso que la física, que ha hecho que no seamos una especie cualquiera, que tanto nos ayuda pero también en tantos problemas nos mete, ¡ay! si no lo aprende uno de columnista, sirve entre muchos asuntos para hacer vivas cosas que no existen, que desconocemos en gran medida o de las que hemos olvidado casi todo. La palabra y el nombre de algo, de alguna manera engendra su existencia y lo materializa, así como el fantasmal éter.
Hace unas semanas, alguien que conozco, que para envidia de Maxwell es la explicación viviente y maravillosa de lo que es la luz, mencionó una palabra que hacía años no oía, “Cosiacudar”. El lenguaje es fascinante definitivamente. Aunque no tiene documento oficial de identidad, “cosiacudar” funge como verbo derivado, que son aquellos que se forman a partir de un sustantivo y hasta de otro verbo. Ejemplo: pisar viene de piso y cuadrar viene de cuadro. “Cosiacudar” es la derivación en verbo de “cosiacuda”, la versión femenina de “cosiámpiro”, otra genial invención local, que es la salvación, así como lo fue el éter para Maxwell y Aristóteles, cuando de alguna persona, animal o cosa hemos olvidado su nombre y salimos del apuro diciendo: “Sí, la cosiacuda esa que vive a la vuelta” o “pasame el cosiámpiro azulito que está en la caja de herramientas” o “¿cómo hiciste para cosiacudar eso para que funcionara?” El éter palidece ante la versatilidad y alcance de la cosiacuda y el cosiámpiro.
El “lenguaje creativo” también permite hacer cosas, no todas santas. Por ejemplo, algunos mecánicos de automóviles son geniales para engañar a los ignorantes propietarios de vehículos que pagan cuentas enormes de reparación porque el encargado del embuste les dice: “siquiera vino al taller, porque estaba malo el “tirapatrás del engruñe” y hubo que ponerle un “chuflis de media de mangarria corta”, que es carísimo e importado.”
Pero cuidado. No todos los verbos son derivados de sustantivos y no todo lo que tenga cara de verbo porque termina en “ar”, “er”, “ir”, lo es. No se le ocurra conjugar en voz alta y en público el falso verbo “funicular”.
¿Saben de otras palabras maravillosas como estas? Compártanmelas si pueden.