La Cuba que los cubanos no quieren
La primera vez que los vi se lanzaban desde las playas de Cojímar, a siete kilómetros de La Habana. Era septiembre de 1994. Acababa de producirse una agitación callejera histórica: el desespero llevó a algunos a romper vidrios por las calles del Vedado, a rebelarse contra los bolillos severos de la PNR (Policía Nacional Revolucionaria) y a gritar contra Fidel así los llevaran presos.
Se produjo una oleada de balseros, porque el Gobierno les permitió saltar al mar desde ese barco que empezaba a hacer agua: Cuba. Las 90 millas de travesía hasta la Península de la Florida, golpeados por tempestades azarosas o fritos a 40 grados bajo el sol del mediodía, las remaban en botes hechos con neumáticos de camión y armazones improvisados con puertas desvencijadas de La Habana Vieja.
Antes de partir, podía descubrir en ellos rostros de náufragos, al día siguiente, en sus naves embestidas por la mareta turquesa del Caribe. Preferían tropezar con la muerte a la deriva, antes que hundirse con los restos de aquel sueño de igualdad que les trovó la revolución. Era mejor tragarse toda el agua del Atlántico que beber promesas insípidas.
Entonces, cuando a la izquierda internacional le quedaban bríos y el régimen aún se ufanaba de los logros maquillados de una economía recién destetada de la Unión Soviética, que cayó con el muro de Berlín, a los disidentes, a los desencantados los llamaban gusanos y los hostigaban sin tregua, y aún hoy, los comités barriales del Partido Comunista Cubano (PCC).
Los “leales” al régimen no querían ver que la Libreta de Abastecimiento cada vez se encogía más. “La carne y el pollo, en aerosol, mi helmano”, bromeaban en las casas sobre esa lista de alimentos, apodada “la flaca”, que reclamaban gratis en las tiendas estatales.
Es señal de la crisis que Silvio Rodríguez, cantautor siempre incondicional del castrismo, haya grabado entre 2010 y 2014 el documental Canción de Barrio para retratar la vida en los vecindarios más pobres de La Habana. “Hay una situación delicada en nuestro país”, acepta el artista en su recorrido por una Cuba marginal, olvidada y hambrienta.
“Pogolotti no tiene alcantarillado... El agua nos la presta el vecino... Vivo en malas condiciones, porque mi casa se me moja toda... El Gobierno lo sabe... Inventando pa’poder vivil... Esto pa’cambialo, esto es candela, otros 59 años... Yo no sé nada de futuro, yo por lo menos no tengo ningún futuro... Para qué somos cubanos, para qué luchamos por esta revolución, ¿para qué”.
Lo dicen los que están allá en los barrios, en medio de la necesidad diaria y lo repiten ahora los cientos de inmigrantes que llegan a Colombia para cruzar el Darién, Panamá y Centroamérica, hasta Estados Unidos. Es tan fiera su realidad en la isla que cuando les anuncian que los regresarán a su país aseguran que prefieren morir en la selva entre jaguares y culebras. Pero a Cuba no vuelven más.