La debacle del PT
No hay nada nuevo en la impopularidad de un partido político. Menos de uno en Latinoamérica, donde las colectividades parecen hostales de paso para los caudillismos populistas y rabiosos. Nacen de afán, sus líneas programáticas son maleables y sus entierros solitarios. En estas tierras los candidatos hacen los partidos y no viceversa.
Brasil parecía transitar por otro sendero. Su flamante Partido de los Trabajadores, concebido en las entrañas mismas del movimiento obrero antidictadura de los años setenta, se bautizó en los últimos años como soporte de la revolución social y económica de ese país, de la mano de Lula da Silva primero y de Dilma Rousseff después. Omnipresente, superpoderoso y fresco, el PT parecía la revolución de un verdadero socialismo redistributivo que era capaz de encontrar la fórmula mágica de mayor crecimiento y menor desigualdad.
Pues bien, ahora su utopía está acabando. Apaleado por un enorme descrédito de Rousseff en su segundo mandato, la agremiación política recibió el pasado fin de semana el último de una serie de golpes de los que quizá no pueda recuperarse. De ser el partido con mayor popularidad durante más de una década, ahora le cuesta superar el 8 por ciento de aprobación, mientras las calles se llenan de susurros primero y gritos después para pedir la dimisión de la presidenta.
No es cualquier cosa. Nunca, desde el regreso de la democracia a Brasil en 1985, se había vivido tamaño disgusto por el rumbo del país. El mismo partido que llevó a la nación a ser parte de las flamantes Brics, que sacó de la pobreza a 40 millones de personas y redefinió la postura de la asistencia social sin caer en la manutención viciosa; ahora es visto como un grupúsculo de privilegios y corrupción. Muchos de sus líderes están tras las rejas y el periodismo investigativo no se cansa de revelar las tramas de suciedad del gremio que alguna vez posó de pulcro.
De no lograr un viraje rápido, la debacle del PT sería una trágica noticia para Latinoamérica entera que aplaudía su audacia y, huérfana de héroes democráticos, les había puesto a los de Brasilia una vela de esperanza. Sería el cierre de una historia tristemente conocida, de esas que arrancan como cuento de hadas para finalizar en tragedia.