Columnistas

La deriva temperamental

29 de mayo de 2018

Donald Trump se autopostuló para el Nobel de Paz por la posibilidad de acuerdos en la península de Corea y la idea de acabar con el último reducto de la Guerra Fría. Lo pidió, entre los gritos de sus seguidores que aplauden todo sin entender nada, por un encuentro que debería darse el próximo mes con el líder norcoreano Kim Jong Un. Y anunció el cara a cara con fuegos de cohete hace unos días. Y después la semana pasada la canceló. Y luego, unas horas después, dijo que quizá el encuentro sí se realice.

Hace unos meses, cuando pronosticaba una guerra nuclear, le dijo al líder de Pyongyang que era un hombre-cohete-gordo. Después lo aplaudió por sus posturas y la intención de detener sus ensayos nucleares. Semanas después lo insultó de nuevo. Anunció guerra y armas, luego paz y diálogo, luego guerra una vez más. Todo en este Washington de pantomima es la vergüenza de un megalómano.

Cada trino de Trump desbarajusta la geopolítica. Cada declaración es más errática que la anterior. Juega en el tablero de la política internacional las tretas que usaba en su carrera de magnate, pero acá, a diferencia de sus cuestionadas empresas de bienes raíces, su universidad fracasada o sus casinos quebrados, se pone en riesgo a miles de millones de personas. Se quiebran alianzas de décadas y logros diplomáticos que apenas sí pueden sostener la estabilidad mundial.

La deriva de la Casa Blanca es preocupante no solo por venir de un presidente incapaz sino por la forma en la que los diques que antes lo contenían parecen quebrarse mes tras mes. Las figuras más conciliadoras de su gabinete terminaron por darles espacio a los áulicos que buscan el escape hacia adelante. Cada día parece peor que el anterior y no existen límites para la irresponsabilidad de su temperamento cambiante.

La ambivalencia demostrada por Trump en el caso de Corea no es una más en la lista de sus torpezas: representa la fragilidad a la que está sometida la mayor potencia del mundo y la manera en la que, en menos de un año y medio, se ha erosionado la confianza de Occidente (si es que esta denominación tiene aún validez). El republicano apuesta duro en una ruleta cuyo único resultado posible es la derrota.