La derrota de la inteligencia
¿Será verdad que los seres humanos hemos rebajado nuestro puntaje intelectual en los últimos 20 años, y que esta grave reducción se asocia con el deterioro del lenguaje y el empobrecimiento de las ideas?
¿Será verdad que los seres humanos en general hemos rebajado nuestro puntaje intelectual en los veinte años más recientes, como lo plantean varios ensayistas, que asocian esa grave reducción con el deterioro del lenguaje y el empobrecimiento de las ideas? Los primeros representantes de tal descaecimiento en que pensemos son los políticos, sobre todo al advertir la precarización de los valores, el auge de la corrupción, la barbarie de una ofensiva bélica y la ineficacia de los Estados para resolver problemas tan acuciantes como la pobreza, el hambre y la injusticia social.
El ser humano, o ha perdido talento, o ha ganado, si vale hablar de ganar algo, en cuestión de cinismo para seguir usando el poder en conflicto permanente con la búsqueda del bien común. Ambas opciones son valederas. Pero es que se necesita ser muy bruto o muy cínico para no ver que la política sigue distanciándose de los más altos objetivos éticos y morales, y tal parece que desde el propio interior de las instituciones que se dicen defensoras de la democracia y los derechos y libertades siguiera cogiendo fuerza tremenda una quinta columna dedicada a desmantelar las grandes conquistas de la civilización y la cultura.
En reunión reciente de nuestra tertulia del Coloquio de los Libros, sostuvimos una conversación muy esclarecedora sobre estas cuestiones. Por supuesto que la palabra inteligencia ofrece las más diversas interpretaciones. Podemos hablar de las distintas formas y categorías de inteligencia, de las variadas épocas y sus particulares características y de los múltiples instrumentos de medición cuantitativa y cualitativa. Pero, en suma, sí es muy intrigante observar ese conflicto entre los buenos propósitos y los malos resultados, que movió al filósofo español Daniel Innerarity a preguntar por qué se toman tantas decisiones estúpidas.
Creo que la comodidad y la irresponsabilidad son dos rasgos de los actuales seres humanos, claro que en general. Comodidad, porque resulta preferible delegarle muchísimas funciones a un robot, en este tiempo de la inteligencia artificial y la cuarta revolución industrial. Irresponsabilidad, porque aceptarle poderes omnímodos al robot es renunciar a la autonomía y a la prerrogativa humana de no dejar que alguien, por más sofisticado que parezca, se adueñe de la potestad de tomar decisiones.
Esta reflexión es pertinente en las circunstancias políticas actuales de nuestro país. Unas elecciones tan definitivas como las que se aproximan constituyen un reto formidable. Es oportuno cuestionar si la mayoría de los electores es consciente de lo que puede ganar o perder una sociedad si la llamada voluntad general escoge una decisión equivocada, insensata, perjudicial, que atente contra los fines capitales del Estado y vulnere el derecho a vivir en paz, justicia y progreso. Así haya disminuido el puntaje atribuible al coeficiente intelectual, me resisto a creer que haya alguien con dos o tres dedos de frente que esté dispuesto a precipitar con su voto una derrota de la inteligencia