La estela del libro
Cada año, la fiesta del libro en la ciudad de Medellín es un evento más nutrido, rico en experiencias académicas, culturales y recreativas, una plataforma que marca de forma relevante el liderazgo de nuestra ciudad en el panorama nacional. Amplia oferta editorial, talleres de lectura, escritura y pintura, desfiles y fanfarrias, teatro, cuentería, títeres, danzas, conciertos, exposiciones, seminarios, conferencias y lanzamiento de cerca de dos centenares de libros marcaron durante diez días el escenario de este 2015, que vio correr ríos de gente de todas las edades, disfrutando un menú cultural para los todos los gustos.
Pero más importante que la fiesta misma y su impacto de temporada es la estela que deja para la ciudad y para quienes nos visitan. De mayor ponderación son las nuevas estrategias que surjan en las escuelas para antojar la lectura y, con ella, los hábitos de escritura; es saber cuántos lectores se inician, cuántos libros, antes inertes en las estanterías de las bibliotecas toman vida. En Colombia el promedio de lectura anual es de un poco más de dos libros por persona, una cifra baja. No leemos. ¿Qué se podría deducir de los promedios de escritura, que es hija de los hábitos de lectura?
Más importante que esta fiesta de multicolor menú literario es la distancia que acorta entre los libros y los lectores, en definitiva, los modos con los que da vigor al concepto de soltura y libertad para acceder a ellos, una postura que aún hoy dista mucho de las formas como usualmente se pretende promover la lectura en las instituciones educativas. Todavía creemos que somos los maestros los que definimos lo que se debe leer, señalando un número reducido de libros clásicos. La clave, como lo dedujeron los estudiantes de la Institución Educativa Benjamín Herrera en su estudio para la Feria Departamental de la Ciencia en 1992, está en la libertad. Diez años después del hallazgo de estos estudiantes en su proyecto Por qué los adolescentes no leen, conocí el libro Como una novela, del pedagogo francés Daniel Pennac, quien argumentaba, en completa consonancia con estos jóvenes investigadores, que es preciso acabar con las prácticas imperativas en la formación del hábito lector, y cambiarlas por modos gratuitos, sin exámenes, sin pedir nada a cambio. La clave está en llevar a niños y jóvenes a la reconciliación con la lectura, apartando las prácticas que les producen temor y tedio; conseguir que logren embarcarse en los libros como en una aventura personal y libremente elegida.
De ahí lo absurdo de obligar lecturas señaladas o someter su comprensión a esquemas estrictos, que sesgarían la infinidad de mundos que pueda abrir un texto. ¿Qué puede suscitar una lectura condicionada y obligada? Solo fatiga, fobia y rabia. Se obliga a sacar resúmenes, los personajes, las ideas principales y secundarias, el contexto histórico, a identificar gerundios y participios, etc. Y, claro, el sabor de la lectura no llega, solo el horror del informe y del examen. Por el contrario, es posible que resultara un anzuelo hacer saber a los estudiantes, desde el comienzo del curso, que no les pediremos informes. Sería, indudablemente, más productivo que el tiempo que les hacemos perder cumpliendo esa tarea tediosa lo pudieran invertir leyendo a su aire.
“El verbo leer no soporta el imperativo. Aversión que comparte con otros verbos: amar y soñar” (Pennac).