LA GUERRA O EL SER HUMANO
Hoy leemos en la Iglesia tres lecturas que invitan a pensar a creyentes y no creyentes. La primera de Isaías, habla del Dios de los ejércitos, la segunda del Dios de Nuestro Señor Jesucristo, y la tercera del ser humano.
El Dios de los ejércitos es una expresión que uno no quisiera encontrar en la Biblia. Pero está allí. Porque es a través de la historia real, de pasiones personales y colectivas, de hombres y mujeres que aciertan y se equivocan, como Dios se nos ha ido revelando, en una mezcla compleja de acontecimientos complementarios y no pocas veces contrarios y contradictorios. Tendrán que pasar siglos para que los pueblos entiendan que Dios nada tiene que ver con la guerra. Por eso al Antiguo Testamento hay que leerlo desde Jesús. El Dios de Jesús es el Dios absolutamente desarmado. Sin esta visión, la lectura del Antiguo Testamento y de los libros religiosos de la humanidad puede llevar a la barbarie. Como algunos de los teólogos de la liberación, nunca todos, que justificaron la guerra de insurrección contra la injusticia. Como la Iglesia cuando llamó a las cruzadas contra los “moros”, y contra los Cátaros y justificó el asesinato de los indios que se resistieron al bautismo. O como algunos sacerdotes que siguen bendiciendo las armas. Felizmente el Papa Francisco ha levantado su voz para decir que el Dios de Nuestro Señor Jesucristo es totalmente incompatible con las armas, con la guerra y con la pena de muerte.
El texto de Pablo, en la primera carta a los Corintios, presenta la esencia del mensaje cristiano “que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado y que resucitó al tercer día”. Es Jesús, que ante nuestro drama de búsquedas, aciertos y errores no nos juzga ni condena. Simplemente se entrega por amor a nosotros. Muere perdonando a sus victimarios. Y así da el sentido de la vida plena, que entregada en amor y servicio a los demás no terminará con la muerte. En adelante la seguridad no estará más en las armas ni en la Ley, sino en la confianza y el amor que demos a los demás, la gracia cara con la que confiamos en Dios y lo amamos.
En la lectura del Evangelio, Jesús se mete dentro de un grupo de pescadores ansiosos por el fracaso de una noche de redes vacías. Les ayuda en la pesca. Les dice que él no va detrás de peces sino de seres humanos. Les significa que la pasión de Dios es la realización plena de todas las mujeres y los hombres. Y los invita a que lo acompañen en esta misión. Si quieren, le dice, “los haré pescadores de hombres”. Ellos dejaron la barca y las redes y lo siguieron.