La humillación a Grecia
En Europa resuena el eco del fracaso. Las voces críticas, las llantas quemadas, las marchas de carteles invitando a la rebelión; auguran un futuro negro para el viejo continente, aupado por un embrollo económico que parece estallar todas las pesadillas. En primer plano de la tragedia se asoma Grecia, quebrada y humillada, mientras a su lado Alemania, rígida y soberbia, es acusada de impulsar una idea de austeridad que ahoga a los ciudadanos y beneficia a los derrochadores.
La historia parece simple pero sus matices son profundos. Los helenos han quebrado una y otra vez y a pesar de los rescates entregados por Europa, no se ve la luz. O quizá por los rescates mismos es que el hoyo cavado se ha convertido en algo demasiado profundo para salir de él. Justo por eso hace tres semanas los griegos votaron masivamente un referendo en el que dijeron NO, de forma categórica, a una ayuda europea que los asfixiaría. Pero de nada sirvieron sus votos. Un nuevo acuerdo, reestructurado, resultó igual o peor que aquel que se había negado en las urnas.
El primer ministro griego, Alexander Tsipras, logró subir al poder con un discurso desafiante, antieuropeo, rabiosamente opuesto a la austeridad. Le hablaba duro a Alemania. No aceptamos que nos humillen, decía. Pero una vez en el poder ha tenido que inclinar la cabeza, besar los pies de los que criticaba y aceptar a regañadientes una oferta de rescate que considera perversa pero necesaria. Lo otro sería patear la mesa y dejar el euro. Levantarse histérico y abandonar más adelante la Unión Europea. Tsipras insiste en que sería una solución peor, aun cuando él mismo, de candidato, insistía en la necesidad de una Grecia sin ataduras a Bruselas.
Atenas arde. El pueblo se siente burlado por un gobierno que no escuchó su voz, o que lo malinterpretó, y exige respuestas que no van a llegar mientras el cinturón se cierra aún más. El descontento de los rescatados puede derramarse en sus pares de España, Portugal o Italia, cuyas economías aún están resentidas. Entonces cambiará el sentimiento político. Coincidirán los extremos, la izquierda y la derecha, para gritar que la Europa unida es un fracaso y con argumentos diversos pedirán el regreso del sentimiento nacional. Anunciarán que es mejor cada uno por su lado.