La luz
En el Génesis (1,3-5), la creación comienza con la luz. “Dijo Dios: ‘Haya luz’, y hubo luz. Vio Dios que la luz era buena, y separó Dios la luz de la oscuridad; llamó Dios a la luz ‘día’, y a la oscuridad ‘noche’. Atardeció y amaneció: día primero”. Criatura del primer día de la creación, la luz merece máxima admiración y gratitud.
La luz, tan importante al comienzo, lo es aun más al final, como afirma el vidente del Apocalipsis (21, 23): “La ciudad celestial no necesita de sol ni de luna que luzcan en ella, porque la claridad de Dios la ilumina, y su lucerna es el Cordero”.
En realidad, la luz no existe. Existen las cosas luminosas, el sol, la luna, las estrellas, las del cielo y las de la tierra. A los magos los guio una estrella con tanta luminosidad que su camino terminó con oro, incienso y mirra en pura adoración. El Niño que encontraron en el pesebre hizo de su corazón una hoguera de amor.
Hay miradas luminosas, hay escuchas luminosas, hay palabras luminosas. Vuelven luminoso a quien las ve, las siente y las escucha. La alborada sigue siendo el comienzo luminoso de la creación, anticipo del deslumbramiento divino.
San Juan de la Cruz conoció de modo especial en la oscuridad de la cárcel la suavísima dulzura de la luz, por lo cual pudo escribir: “Y véante mis ojos / pues eres lumbre dellos / y solo para ti quiero tenellos”. La lumbre de tus ojos pone en los míos tal júbilo que me deja endiosado.
Jesús hizo esta confidencia: “Yo soy la luz del mundo, quien me sigue no camina en tinieblas sino que tendrá la luz de la vida” (Jn 8,12).
Y así un día se transfiguró: “su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la luz” (Mt 17, 2).
Una carta de amor manuscrita es la oportunidad de la máxima confidencia: “Dios es luz y en él no hay tiniebla alguna... Si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros” (1 Jn 1,5-7).
Me encantan los versos de Vicente Aleixandre, Nobel de Literatura 1977. “Soy el sol o la respuesta. / Soy esa tierra alegre que no regatea su reflejo”. El poeta titula sus versos “Espadas como labios”.
“Mientras estoy en el mundo, soy la luz del mundo” (Jn 9,5). Las palabras de Jesús, mi amigo secreto, son el embrujo de mi corazón.