Columnistas

La mata por la que matan

10 de octubre de 2017

En estos días recordé una campaña que se llamaba “La mata que mata”. Estamos hablando de finales de 2008. Hacía referencia obvia a los cultivos ilícitos de marihuana, coca y amapola. Dicha campaña causó debate, pues para muchos tergiversaba la realidad porque, entre otros, ninguna mata, mata, ni siquiera por contacto directo con ellas.

Digamos que ese último argumento es válido. Las maticas de coca, marihuana, amapola, per se, no son asesinas y de hecho tienen altas connotaciones culturales para los pueblos indígenas y también propiedades medicinales. Lo que sí es cierto es que por esas matas, muchos otros sí matan, y eso es lo que lleva a combatir su cultivo ilegal, porque detrás de cada sembrado hay otra siembra: la de los problemas que no dejan salir adelante a este país.

Eso quedó confirmado la semana pasada. Mientras Colombia entera estaba cabizbaja por la derrota de la selección contra Paraguay, en Tumaco asesinaban a seis campesinos (dos de ellos indígenas awá) y dejaban a 50 más heridos en medio de operativos de la fuerza pública para erradicar manualmente las hectáreas de coca en este municipio. Lo azaroso es que el Gobierno afirma que el autor de la masacre fue una disidencia de las Farc a cargo de un tal alias Guacho, pero la Defensoría del Pueblo y los líderes campesinos aseguran que todo es obra de la fuerza pública.

Por muchos lados se dijo que más allá de que se haya firmado la paz, los cultivos ilícitos iban a seguir siendo un problemota. Simplemente mire el caso de Tumaco, donde en menos de dos años los cultivos se triplicaron. Pille este dato que da el analista Alfredo Molano: Hoy, en Tumaco hay más plantaciones de coca que en todo Bolivia.

En su afán por decirle a Colombia que su futuro será muy próspero, el gobierno, condescendientemente con las Farc, dejó la puerta abierta para que los cultivos ilícitos crecieran. De 2010 a 2017 se pasó de 40.000 a cerca de 190.000 hectáreas. Además, se suspendió la fumigación aérea (para muchos, un regalito de buena voluntad con las Farc). Sin embargo, los colombianos, bajo las cálidas alas de la paloma de la paz, creyeron estar amparados por un robusto programa de sustitución de cultivos a razón de 50.000 hectáreas por año, cosa que claramente tiene visos de quimera. Una culebra más a la que no fueron capaces de cortarle la cabeza y una soga al cuello que empezó a apretar.

Hombre, no se necesita mucho cacumen para entender esta lógica: a más número de sembrados ilícitos, más droga se procesará y más pillos se taparán de plata mal habida. Entonces estamos abocados a la aparición de otros que querrán matar por la mata, creando así de nuevo zonas vedadas, territorios impenetrables por la legalidad con la capacidad de convertirse en paraestados. Eso sí es un enano estirándose.

Si el asunto sigue así, muertos son los que se vienen. Las bandas criminales y los narcotraficantes seguirán haciendo de los cultivos ilícitos la mejor forma de llenar sus bolsillos con dinero que se convierte en más armas, más contrabando, más control territorial, más corrupción, más y más, más y más cosas que han tenido a este país en jaque durante años y que no ayudan para nada a construir eso que este gobierno ha querido: una paz estable y duradera.