Columnistas

La mística, vocación universal

22 de abril de 2016

Dios es amor, y por ser amor, sale de sí mismo a crear criaturas de amor. La piedra, el árbol, el pájaro, y más aún, el hombre, somos criaturas de amor. Todos tenemos por tanto vocación mística, pues el distintivo de la mística es el amor, cuyo horizonte va del uno al infinito.

Cada ser ama a su modo. La piedra ama como piedra, el árbol como árbol, el pájaro como pájaro, el hombre como hombre y Dios como Dios. Si amor es unidad de dos, amor y unidad van de la mano. Comprensión, acogida, generosidad, solidaridad, fraternidad son distintivos del amor, de la unidad.

Jesús, el místico de los místicos, sintetiza así su vocación mística: “Yo y el Padre somos uno” (Jn 10,30). Y pide lo mismo para todos. “Cómo tú, Padre, en mí y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros” (Jn 17, 21).

Jesús afianza la vocación mística con esta invitación: “Les doy un mandamiento nuevo, que se amen los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13, 34). Jesús ama al hombre y a todo ser de la creación con amor divino. Si cuento con él, puedo lo imposible, amar.

Leo en un diario íntimo: “He renunciado a dos amigos, a uno porque nunca me ha hablado de él; a otro, porque nunca me ha hablado de mí”. El amor es el fundamento de la grandeza humana, y hablar de los amigos con los amigos engrandece sin medida el corazón.

Conversar es dialogar, alternar la palabra con el silencio. El primer diálogo está en mí conmigo, llamado soliloquio, monólogo. Me siento en el mejor lugar de mi casa a mirarme a los ojos, a entrar en mi intimidad, a descubrir la maravilla que soy, a contarme mis ilusiones, cómo amar todo sin apego a nada. La delicia de conversación que el hombre del siglo XXI tiene por descubrir y cultivar, único fundamento de la ética.

Mística es amor, unidad de dos. Por ser místico, mi vocación consiste en cultivar el amor a mí mismo, a los demás, al cosmos y a Dios, el único que llena el corazón, hambriento y sediento de divinidad.

“El siglo XXI será místico o no será” (André Malraux). La mística, único antídoto contra el dios Dinero, con un altar en cada corazón, que no se contenta con menos que infinito. Cambiar la codicia del dinero por la codicia de Dios constituye la verdadera aventura del hombre actual.