Columnistas

La muerte en vida

01 de mayo de 2018

La decisión de media Suramérica de suspender su partición en Unasur significa un golpe mortal para una organización que, con solo una década de vida, esperaba convertirse en el gran centro de integración y en el eje de una nueva visión sin la influencia de Estados Unidos. Colombia, Chile, Argentina, Perú, Paraguay y Brasil, cortaron su vínculo con el grupo y criticaron su falta de norte, ahora que la presidencia pro témpore recae en Bolivia.

La Unión de Naciones Suramericanas nació en 2008 de la mano de una política zonal que pretendía quitarle fuerza a la OEA, mientras se impulsaba con discursos y dinero por el bloque de izquierda continental. El mismo espíritu le había dado fuerza al Alba unos años antes y le otorgaría un espaldarazo clave a la Celac años después. En esos momentos el objetivo parecía claro: la consolidación de una propuesta integradora de la Guajira a la Patagonia a la que podría seguirle en el tiempo una ciudadanía única para todo el territorio, una apuesta fuerte en los vínculos económicos e, incluso, la consolidación de más conexiones físicas con carreteras supranacionales. La cultura, la educación e incluso una defensa compartida, hacían parte del proyecto a largo plazo.

Pero esa vinculación ideológica que le permitió obtener una inyección generosa de recursos fue, al mismo tiempo, una sentencia de muerte a la espera de un cambio en el ciclo político de la región. Los apegos discursivos se convirtieron en un lastre imposible de solventar cuando el viento llevó a los que antes eran opositores a las sillas del poder. Al fallecimiento de Hugo Chávez, su principal impulsor, le siguió una profunda crisis de las materias primas, un bajón económico que obligó a limitar los gastos de los Estados miembros y un viraje radical en las presidencias de Brasil y Argentina, soportes del proyecto en las épocas de Lula da Silva y los esposos Kirchner.

Ahora la Unasur se enfrenta a su época más oscura y espera un salvavidas imposible. Quizá no desaparezca aún y algunos propongan un acuerdo diplomático poco profundo de compromisos menores. La verdad, sin embargo, es que morirá de a poco mientras agoniza, transitando declaraciones inocuas y cumbres de bajo rango. Como un cuerpo sin alma, lastimero, sin recuerdos de su idea inicial cuando se ofrecía como el núcleo del resurgimiento suramericano y su verdadera integración.