La niebla de la guerra
La niebla de la guerra deforma la normalidad, el juicio individual y la acción grupal. El desorden y la confusión tienden a cobijar todos los acontecimientos y a revestir con un manto de duda todo lo que pasa. La guerra erige una muralla de turbación, que acordona espacios (físicos y simbólicos), y distorsiona la percepción.
Como llevamos tanto tiempo en guerra, se nos ha olvidado que la guerra produce situaciones extraordinarias. La guerra abre un espacio social propicio a la violencia (Neitzel y Welzer, Soldiers, 2013). Aunque para nosotros ya es normal, la guerra es de por sí una situación extraordinaria que promueve el desacato de la ley y suscita la anomia (ibídem).
Vivimos inmersos en un medio alterado, y no nos damos cuenta. Nos parece normal que se desplieguen miles de unidades militares por el territorio, que haya combates, que las comunidades se desplacen y que las personas mueran. Conocemos el país pintado por balas y por muerte: Norte de Santander, Chocó, Cauca, Nariño, como siempre, en guerra.
Uno de los efectos más espeluznantes de estar inmersos en la guerra es que la muerte se torna en un evento esperado. El acto de matar no es sólo normal, sino que matar al enemigo se vuelve objeto de celebración. La idea es matar, sin ser matado. Las muertes del bando propio duelen, las del enemigo se celebran como trofeos de caza. La pérdida humana, con tal de que sea del otro, se convierte en logro aplaudido.
En la medida en que la matazón incrementa, la muerte se estandariza y pasa a hacer parte de una ecuación impersonal. Ya no importa quien muere; la humanidad se desvanece: se acumulan bajas. La meta es conseguir más. Los eventos individuales se nublan, quedan arropados por la niebla de la guerra; juntos configuran un borrosa carnicería que ya no molesta. Los que mueren “no son nadie”: nadie muere, solo bajas.
En una guerra como la nuestra, la violencia que se imparte desde el Estado es oficial, tiene justificación, y cuenta con el aval de la gran mayoría de la población. Cuestionar la acción estatal es considerado deshonroso e, incluso, subversivo.
La muerte producida por fuerzas oficiales se tiene como legítima, y punto. Dicen que nunca merece reproche. La niebla de la guerra es conveniente. Por el contrario, la violencia impartida por los enemigos del Estado siempre será ilegítima y condenada. Su accionar es por esencia ilegal. El reproche merecido nunca se hace esperar.
En un proceso dislocado del ambiente en el que vivimos, parte de la sociedad intenta traspasar la niebla de la guerra, buscando examinar con humanidad lo acontecido. Quieren hurgar en el pasado y en espacios escabrosos para saber lo que pasó, desterrando el misterio y rindiendo cuentas sobre lo que la niebla de la guerra esconde. Buscan escuchar relatos ignorados, indagar por los silencios, confrontar la mentira, y reconstruir historias que se niegan y se niegan y se niegan... Es un recorrido peregrino que otros sectores de la sociedad –algunos muy poderosos– prefieren que no se haga.
Subrayo la dislocación del proceso porque, aunque no se quiera reconocer, seguimos en guerra: y la niebla de la guerra se esparce pesada sobre la letanía de atrocidades que tiñe nuestra historia. Hay resistencia airada y armada al develamiento. La niebla de la guerra esconde, parece que se impone.