LA NUEVA CARA DE LOS ACUERDOS
Después de cuatro años de negociación entre el Gobierno y la organización terrorista de las Farc, los términos y condiciones de la misma finalmente han comenzado a tomar un camino sensato, en donde el Estado democrático tendrá la oportunidad de mantener su legitimidad. En el ámbito de la negociación de conflictos violentos, es común el error (usualmente con consecuencias muy graves para el futuro de una sociedad abierta) de establecer equivalencias entre el Estado y los actores ilegales que le disputan el poder, como si en el terreno práctico se tratara de un intercambio de posiciones entre dos partidos políticos o entre organizaciones que aceptan las reglas de juego.
Desde el inicio del proceso, en 2012, se partió de esta premisa falsa, que implicó una serie de concesiones excesivas a las Farc. El resultado: unos acuerdos que parecen un juego de suma cero, es decir, un juego en el que el ganador se lleva todo y el perdedor obtiene poco o nada. Mientras las Farc, en su orientación maximalista de la negociación, accedieron a numerosos espacios de poder político, control territorial, justicia laxa, mínimos compromisos con la reparación a sus víctimas y el abandono del narcotráfico, el Gobierno vio satisfecha únicamente su aspiración minimalista al fin de la violencia, con el Acuerdo de Cese al Fuego Bilateral y Definitivo y Dejación de las Armas. Algunos sostienen que este es el mejor acuerdo posible entre las partes, pues, de acuerdo con el discurso dominante, el fin del conflicto armado requiere de una gran generosidad por parte del Estado y de la sociedad, que no de las Farc, como se pudo comprobar.
En cambio, amplios sectores de la sociedad consideraron que los acuerdos y las condiciones en que se llegó a ellos, debían replantearse. La transformación del conflicto, que es el auténtico asunto de discusión en un proceso de negociación, debe trascender los mensajes emotivos y la propaganda política (a cada orilla de la confrontación), para mantener el enfoque de la realidad. El desenlace del plebiscito celebrado el domingo 2 de 0ctubre, y las reuniones que tuvieron lugar durante la semana, entre el presidente Santos y los expresidentes Uribe, Pastrana y el exprocurador Ordóñez, demostraron que sí era necesario someter a examen los acuerdos, para que se pase del juego de suma cero a un juego de suma positiva, esto es, una negociación en la que las partes actúen con realismo y el Estado democrático no sea un perdedor absoluto, sino que salga fortalecido; una negociación en la que las Farc comprendan que la Revolución Rusa, la Revolución Cultural y la Guerra Fría son parte del pasado, y que sus pretensiones totalitarias no tienen cabida en una sociedad abierta.
Al incluir a la oposición en la mesa de diálogo de La Habana y aceptar sus preocupaciones y cuestionamientos, el proceso obtendrá la legitimidad de la que carecía, y asuntos tan delicados como el reconocimiento de nuevas Zonas de Reserva Campesina, varios puntos del acuerdo sobre participación política, del mismo modo que del acuerdo sobre solución al narcotráfico o el de víctimas, deberán revisarse y ajustarse a los reclamos y exigencias de la ciudadanía.