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LA OBLIGACIÓN DE LEER A LOS CLÁSICOS

12 de junio de 2016

Que los clásicos literarios sean un deber escolar, una imposición con la que batallan año tras año millones de estudiantes es quizás la causa principal de su mala fama de largos, aburridos, complicados, ajenos a las circunstancias actuales. Muy pocos de nosotros tuvimos profesores similares al personaje de Robin Williams en La sociedad de los poetas muertos. A los alumnos o no les preguntan qué quieren leer, ni se les explica por qué. Los programas vienen de un ministerio o de una junta escolar donde se elabora una lista que más que estar orientada hacia que el niño o el joven ame la lectura, está hecha para dejar en papel que se le dio una cantidad de material. Si entendió, si asimiló, y sobre todo sí pensó y cómo se desarrolló ese pensamiento es secundario.

Los clásicos hay que leerlos porque nos conectan con la humanidad, con su historia, con sus formas. Nos dan lecciones que a veces son un misterio o que comprendemos más tarde en la vida. A través del desarrollo de los grandes temas, el amor, la muerte, la vida, el tiempo, nos hacen hurgar en los recovecos de la naturaleza humana y nos ayudan a conectarnos con la historia y a desarrollar nuestra propia identidad. Allí un propósito real de educación.

En la práctica el alumno ve literatura como materia, pero no necesariamente la entiende como herramienta de vida. Al salir de la escuela grandes nombres de la literatura quedan asociados con aura de imposibilidad. Se culpa al libro y hasta se plantea que los jóvenes deberían leer autores contemporáneos, fáciles, que no está mal, pero queda fuera la reflexión más importante, es que la falla está en el formato de enseñanza.

Digamos que abordar clásicos también es una cuestión de marketing. Se debería comenzar por presentar los clásicos en el aula como algo entretenido. Quien ha leído La Odisea, Gilgamesh o El Lazarillo de Tormes, sabe que están llenos de acción: amores, guerras, celos, traiciones, infidelidades, muerte, sexo, hasta violencia y fantasía. Las grandes historias son fuentes riquísimas de creatividad y maravilla, usando recursos como humor, ironía, metáfora. Lo primero es reconocer el elemento de placer, de refugio que tiene la literatura.

Un clásico jamás subestima al lector. Es fundamental que como formadores no lo hagamos, que no los ubiquemos por debajo de los libros. Al contrario. Hay que partir de su inteligencia y de una meta de desarrollo de la misma. Así es que se estimula el pensamiento. La relación de horizontalidad que establece el autor no la debe anular el maestro o el padre. Al contrario, lo que el lector siente y concluye debe ser lo fundamental, incluso cuando su respuesta sea de rechazo al libro. Un lector cuya voz se anula jamás amará los libros. La censura no hace amalgama con el arte jamás, y la lectura es una forma de expresión artística.

Los clásicos son una nave. Un vehículo necesario. La vida no es sólo el regalo de respirar, es como un oficio, se aprende, se nutre con la experiencia con lo que nuestra mente almacena y procesa. La lectura es la herramienta fundamental de ese proceso. Es el eje. Es como el manual de instrucciones o el mapa. A veces las dos cosas. A veces un escape. En todo caso, es el hilo conductor de la historia, donde se busca un sentido, donde se elabora sobre los misterios de la vida.

Como padres y maestros ubicamos una obligación en la lectura, pero nos cuesta definirla y entenderla. Nuestro deber es enseñar a los jóvenes a ser ciudadanos del mundo y sabemos que la lectura es clave para lograr ese objetivo. Entonces los obligamos. Pero resulta que la obligación no la tienen ellos. No son los alumnos, son más bien padres y maestros quienes tenemos que buscar los mecanismos para enseñarles a amar el viaje de la lectura. Es nuestro el compromiso de enseñarles a vivir desde sus sueños y a ejecutar las acciones para hacerlos realidad, pero más que nada a pensar por sí mismos. No es un tema de imponer un deber, sino de compartir algo que se torna en pasión. Lo demás viene solo, porque la pasión es contagiosa y los lazos que crea inquebrantables.