La olla podrida en los restaurantes escolares
Es aterrador conocer sobre la olla podrida que se destapó en cuanto a los restaurantes escolares. Esta noticia –ya sabida–, provino del dolor de los padres de niños y niñas que no pudieron soportar la alimentación de sus hijos en las escuelas, y las condiciones infrahumanas en que la reciben: escuelas en piso de tierra, estructuras inhumanas y, para ajustar, la ración irrisoria y descompuesta que reciben para su “nutrición”. Las gráficas a color que publicaron en primera página los diarios impresos colombianos, hacen crecer la indignación ciudadana.
Como todo en este país, solo ahora se vienen a ocupar los medios de comunicación en destacados titulares, cuando esta triste situación sucede desde mucho antes: la corrupción venía permeando la vida de los niños, y se conocía la muerte de muchos por desnutrición, por ejemplo en la Guajira. Departamento que, como el Chocó y Cundinamarca, entre otros, figuran como los más corruptos en materia de contratación para la operación de restaurantes escolares.
No alcanzamos a comprender que se tenga como meta a Colombia como un punto de referencia, y a Antioquia, gobernada con el lema de la más educada, mientras a los niños más desvalidos se les ofrezca un pedazo de pan en condiciones tan precarias e inhumanas. ¡Imposible hacernos creer que vamos a lograr un estilo de vida decente y una educación de calidad en medio de la desnutrición y el dolor infantil!
Es triste ver que el mismo Estado –a través de los departamentos y municipios–, entreguen el bienestar de los niños más pobres a unos operadores corruptos que promueven sus ambiciones personales traficando con sus necesidades de sobrevivencia; hasta el punto de llegar a poner en condiciones lamentables la calidad de vida de unos inocentes que, por hambre y escuelas paupérrimas, pudieron pero no llegaron a ser el futuro de Colombia.
No hay la menor duda al decir que esta criminal actitud procede de funcionarios públicos que otorgan estos contratos leoninos. Y como si fuera poco, saber que una institución, el ICBF –encargada de velar por el bienestar general de los niños–, sea el cómplice de todo esto, otorgando contratos a operadores que se van a embolsillar la mayor parte del dinero sin importar las consecuencias: ¡desalmados, que pareciera que no tuvieran hijos! La verdad es que, para estos casos, corresponde analizar psicológicamente a los propietarios de esas empresas que contratan con el Estado, para conocer su condición humana. Porque una mala alimentación, así como el abuso sexual hacia los niños, son actos graves, decadentes y bárbaros, y originan en ellos la creciente pérdida de autoestima que se traduce en la sensación de “no valer nada”.
Como se dijo, Antioquia ni Medellín se escapan. Solo basta recordar el valor que tuvo un excelente concejal de Medellín, Bernardo Alejandro Guerra, cuando desde hace tres años denunció los multimillonarios contratos que entregan municipios, cajas de compensación familiar, y el propio ICBF, a la corrupción rampante de operadores con nombres rimbombantes, como Maná y Nutriendo a Medellín, que operan en condiciones muy cuestionables, y otros que se ganan licitaciones entregando certificados falsos. Ha sido tan lucrativo este negocio que se han formado carteles; hace poco, por denuncia del concejal Guerra, fueron capturadas cinco personas que operaban restaurantes escolares en sedes de garaje.
No tiene sentido que los niños pobres en Colombia lleven la peor parte del Sistema, resultado de la ignorancia de sus gobernantes, quienes –aprovechando la situación de estos niños y por falta de ofrecer oportunidades realmente dignas a muchos ciudadanos de bien–, se lucran criminalmente de los más débiles. Esto es tan nocivo, como los daños que produce la violencia bandolera, guerrillera, paramilitar y de toda índole. E incluso, muy cuestionable, porque se atenta de frente contra los niños, dejándolos morir intoxicados y por desnutrición, cuando se les permite salir de su hogar –si es que tienen un “hogar”–, sin comer nada, y lleguen a estudiar a escuelas –muchas veces semidestruidas– y el Estado permita que se les entregue un alimento sin las proteínas necesarias para su desarrollo, e inclusive “raciones en descomposición”, que son la caricatura siniestra de una sociedad indiferente y superficial, sin el más mínimo sentido del significado de la Vida, al destapar la olla podrida en los restaurantes escolares.