Columnistas

La palabra

10 de noviembre de 2017

Palabra es todo lo que comunica. La palabra es imaginada, pensada, meditada, hablada, conversada, escrita, cantada. La palabra es el hombre, y también Dios. “En el principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios y la Palabra era Dios. Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada” (Juan 1, 1.3). La Palabra divina hecha palabra humana, milagro de los milagros, misterio de los misterios.

Cada pensamiento y cada sentimiento adquieren los contornos de la palabra que los califica. Yo me transfiguro, adquiero la figura de cada sentimiento y de cada pensamiento mío, sobre todo si los nombro.

Soy la palabra sentida y pensada por mí. Por lo cual, me intereso en la palabra con gran solicitud, pues no solamente tengo palabras pensadas y sentidas, sino que soy la palabra que piensa y la palabra que siente.

Mi admiración y compromiso crecen al caer en la cuenta de lo valiosa que es la palabra, y más si miro la eficacia de la palabra de Jesús, como cuando dice al leproso: “Quiero, queda limpio. Y al instante le desapareció la lepra” (Marcos 1,41-42); y al paralítico: “Levántate, toma tu camilla y vete a tu casa. Se levantó y, al instante, tomando la camilla, salió a la vista de todos” (Marcos 2,11-12).

Es conmovedor el centurión, soldado que comandaba cien soldados, por la comprensión que tenía de la palabra, a la cual dedicaba minutos y hasta horas cada día. “Señor, no soy digno de que vengas a mi casa, basta con que digas una palabra y mi criado quedará sano” (Mt 8,8).

Mi palabra, elegante o vulgar, expresa mi intimidad, incluyendo mi silencio, que también es palabra. Con ella nombro, determino lo que soy y hago.

El Génesis (2,19-20) refiere cómo Dios ordenó al hombre poner nombre “a las aves del cielo y a los animales del campo”. Fue la primera escuela, colegio y universidad donde el hombre, gracias a la palabra, se familiarizó con las personas y las cosas.

“Si alguno me ama, guardará mi palabra, y mi Padre lo amará, y vendremos a él y haremos morada en él” (Juan 14,23).

Para Santa Teresita “guardar la palabra de Jesús es la condición para nuestra felicidad, la prueba de nuestro amor a él”, segura de que “la palabra de Jesús que tenemos que guardar es Él mismo”.

Entonces, hago de la palabra mi programa de vida, cultivando solícito mi relación de amor con la Palabra para que sea la fuente de inspiración de toda palabra que pienso, siento y pronuncio.