LA PAZ DE PENTECOSTÉS
La Iglesia celebra “la llegada” del Espíritu Santo. Jesús resucitado se manifiesta en la comunidad y deja, en la intimidad de cada mujer y cada hombre, la cercanía conmovedora y movilizadora de Dios. Que los creyentes sentimos en el regalo de la vida, y en la llamada en conciencia a amar en compasión, solidaridad, respeto, justicia y perdón.
Intimior ìntimo meo. Lo más íntimo de mi propia intimidad. Decía San Agustín de esta experiencia del Espíritu. Así explicaba, en el silencio de la meditación, más allá de la experiencia de sí mismo, el encuentro con el misterio del Amor gratuito. Que le regalaba la existencia personal, en la inmensidad del universo. Que lo tomaba a él, Agustín, infinitamente en serio, para impulsarlo a acoger misericordiosamente a los demás como él era acogido.
La lectura de los Hechos de los Apóstoles trata de describir lo que vive la comunidad así movilizada. El Espíritu llega y se hace sentir con gran fuerza. Todos y todas lo testimonian inmediatamente, y los que no son de la comunidad lo comprenden en ese grupo de hombres y mujeres tomados por el Espíritu. Es una fiesta de gracia y de fraternidad. Es la Pentecostés de lo más hondo del ser humano, que sienten igual judíos y romanos, árabes y cretenses, religiosos y agnósticos.
Este es el Espíritu que busca abrirse paso en los hombres y mujeres de Colombia: indígenas y negros, campesinos y habitantes populares, sindicalistas y empresarios, ganaderos y mineros, soldados o policías, políticos o burócratas, uribistas o santistas, artistas o académicos, guerrilleros o paramilitares, combos o bacrim, secuestrados o presos, enfermos o moribundos. En todos el mismo Espíritu, que brega por afirmar, en cada quien, la dignidad de ser radicalmente amado y por cuidar en él, en ella, en los demás, el respeto que merece su diferencia de género, de cultura, de raza, de historia personal.
La crisis de Colombia es una crisis espiritual profunda. Nos golpea con dolor a todas y todos. Nos llevó a la guerra, o a como quieran llamar a nuestras 2.000 masacres, 60.000 desaparecidos, 30.000 secuestros, 3.000 falsos positivos, ocho millones de víctimas. No importa quien fuera el presidente, así fue.
La paradoja ante el mundo es que el 99,5 % de nosotros somos bautizados en la fe en Jesucristo. Católicos y cristianos, que hemos estorbado en nosotros mismos y en nuestras comunidades la acción del Espíritu. Por eso la crisis espiritual, que nos envuelve en señalamientos, miedos, rabias y sospechas.
En el Evangelio de hoy Jesús entrega este Espíritu con el mensaje de la Pascua: “Que la paz sea con ustedes, reciban al Espíritu Santo”. Y la paz se hace con el enemigo ¿Y si no con quién? Por eso dijo en otro momento: “Amen a sus enemigos. Hagan el bien a los que les hicieron mal”. Y en otra ocasión: “Lleven la paz, como ovejas en medio de lobos, a sabiendas de que serán incomprendidos y perseguidos por ello”.