La Paz Querida
Pasando por un costado de la iglesia de Belén, oí a unos transeúntes comentando felices que había disidencia en las FARC para no firmar los acuerdos en La Habana. Estoy segura de que esas personas, sin las presiones mediáticas y con sus cinco sentidos afinados, no estarían “felices” porque unos matones prefieran seguir en la guerra.
Aquí no se trata de quién gana el pulso entre dos personajes (Santos y Uribe) de tan difícil definición: se trata de la hora de Colombia en que debemos intentar cambiar la historia para aceptar que los conflictos se pueden dirimir como gente civilizada. No se trata de regocijarnos porque fracase Santos o porque pierda Uribe. Estos dos hombres son pasajeros, pero Colombia está llamada a sobrevivir por encima de ellos y esta generación de colombianos tenemos, como mínimo, la obligación de acepar y promover una idea: en este país debemos y podemos caber todos, en el marco de unas leyes que operen con justicia por igual.
No podemos seguir alimentando el odio por ideologías. ¿Para qué tanto hablar de tolerancia, pluralidad y no exclusión? Este país, de mayorías cristianas, debería dar ejemplo de no odio y no violencia; pero qué lejos está su comportamiento de esas prácticas.
Estoy plenamente de acuerdo con la iniciativa lanzada en Bogotá llamada La Paz Querida, que intenta crear “ciudadanos críticos capaces de producir nuevas actitudes sociales y poner fin a la lucha armada fratricida y sus nefastas consecuencias para la vida humana, el desarrollo sostenible y la democracia”.
Quiero sumarme a esta iniciativa que promueve una nueva actitud social que entiende que la violencia y todo tipo de agresividad debe ser erradicada del modo humano de vivir. Mi opción es por el ser humano y su propio desarrollo libre y autónomo en un país democrático donde nadie con poder (armado, ideológico, político o económico) quiera aprovechar la debilidad de otros para ponerlos a su servicio, como si fueran sus esclavos.
Me sumo a los que quieren intentar un nuevo camino. Entiendo que los caminos generalmente son pedregosos, con subidas y bajadas, planos, empolvados, enlodazados si llueve, posiblemente no se encuentren escampaderos. Pero hoy es el único camino después de 50 años de túneles sin salida, ensangrentados y dolorosos.