Columnistas

La peste

11 de octubre de 2017

Somos incontenibles.

Escupimos en santuarios históricos, rumiamos chicle en mezquitas, exhibimos nuestro impudor en sitios sagrados cuya tradición demanda prudencia (irrespeto cultural disfrazado de audaz rebeldía); coleccionamos chécheres en lugar de memorias; convertimos la pantalla del celular en nuestros ojos, nos negamos el placer del recuerdo vago. Como Atila, por donde pisamos no vuelve a crecer la hierba. Y, como los hunos (supongo), olemos a las especias que probamos en el mapa trazado por nuestros pasos. Somos apestosos para los orientales –lejanos y cercanos– y viceversa.

Hong Kong, Bangkok, Lisboa, Londres, Estambul, Buenos Aires. En partos múltiples y simultáneos, una amorfa placenta humana es expelida por buses, trenes, aviones, ferris, y monumentales cruceros cuya soberbia haría que el mismísimo Poseidón buscara refugio en fosas oceánicas.

Nos debatimos entre conquistadores y devastadores. La avidez por “chulear” cada rincón del mapa; nuestra tendencia a juzgar y occidentalizar toda indumentaria, actitud y detalle; y el ansia de compartir en las redes sociales, han derrotado la serenidad original del peregrinaje, la sabia resignación de no abarcarlo todo.

Nos son ajenos el silencio, la pausa y la paciencia de los grandes expedicionarios. El Oriente del capitán Richard Burton, los Aguafuertes de Roberto Arlt, las Impresiones de viaje escritas por una abuela para sus nietos, de Isabel Carrasquilla; Al oído de la cordillera, de Ignacio Piedrahíta; el Viaje al Perú, de Juan Carlos Orrego. La sensualidad (¿o sabrosura?) escrita y televisiva de Anthony Bourdain.

Somos antropocéntricos. Vanidosos incorregibles. En impresionantes patios y terrazas construidos por el hombre, morada permanente de árboles y flores, citamos el nombre del arquitecto y de la época. Las fichas técnicas con nombres botánicos parecen una excentricidad científica a pesar de que los elementos más finos de la arquitectura y la decoración son una mímesis: capiteles, frisos, lámparas, cristalería, obras de arte, azulejos, floreros y tallas en madera reproducen flores y árboles en cuyo origen poco nos interesa escudriñar. ¿Cuál es el trayecto que recorrieron las flores que engalanan los azulejos de los jardines de Sintra o La Alhambra? ¿Son endémicas?

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La Asamblea General de las Naciones Unidas designó a 2017 como Año Internacional del Turismo Sostenible para el Desarrollo. El turismo hace parte de tres de los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU: i) promover el crecimiento económico sostenido, inclusivo y sostenible, el empleo pleno y productivo y el trabajo decente para todos; ii) consumo y producción sostenibles; y iii) conservar y utilizar sosteniblemente los océanos, los mares y los recursos marinos.

En 2016, 1.5 millones de turistas visitaron 26 de los 59 parques nacionales colombianos. El Ministerio de Comercio (¡de comerciooooo!) abrió el debate sobre la posibilidad de desarrollar una infraestructura “amigable con el medio ambiente”. Se les hace agua la boca cuando advierten que, mientras un turista tradicional gasta alrededor de 80 dólares al día, uno “ecologista” invierte 400 dólares.

El desprecio por la propia especie nos dura hasta que volvemos a ver la maleta vacía y el mapamundi (y estas ganas de devorarlo a mordiscos).